SEGURO
B. tiene 16 años, y nunca ha sido muy habladora. Tan poco, tan poco sabemos de ella, que nos enteramos un mes más tarde de que ha sido mamá. Recojo toda la alegría absurda que puedo y voy a verla. Si fuera con mi idea de “cariño, te has arruinado la vida de buena manera”, a lo mejor se la arruinaba más. Además de alegría absurda, robo aquí y allá ropita de recién nacido. Un bebé no deseado vestido lindo es siempre mejor que un bebé no deseado hecho una porquería. En cualquier caso, encuentro al bebé bastante limpio y sano.
La historia es, con pocas variantes, la de siempre: violada y embarazada. Lo cuenta sin grandes dramas. Cosas que (le) pasan.
La visita resucita en mí una de mis obsesiones cuando pienso en la vida de las madres de la Santa Infancia: la mayoría de ellas, nunca ha conocido el amor. No quiero decir el amor de películas de Meg Ryan. Simplemente el amor de pareja, entendido como que te guste alguien, que te atraiga, que consigas que se fije en ti, que establezcas una relación en la que, aunque sea por un breve período de tiempo, piensas que has encontrado a alguien que te entiende como nadie en este ancho mundo. La mayoría se encuentran un día con un señor que necesita un sitio donde vivir. Si tienen suerte, el señor pagará el alquiler de la chabola. Si no, no. En la cumbre de la tristeza, normalmente este señor les exigirá que echen de casa a los hijos de emparejamientos precedentes. Y lo harán. Eso sí, cuidarán a los hijos de los emparejamientos precedentes del señor. Hasta que el señor se canse, o encuentre un alquiler más barato, o se muera. Este es el ciclo vital de una pareja en el target donde yo trabajo.
Volviendo a B., me cuenta que dentro de una semana sacarán al bebé de casa. Primer paseo. Destino: el kebelé (ayuntamiento de zona). Dicen que dan ayuda a niños de madres solteras. Dan leche en polvo. “Pero él te coge bien el pecho”, le digo, mientras el bebé succiona con alegría delante de mí. “La leche la venderá mi madre”, me responde. Ni siquiera se la beberá ella. La venderán.
Yo a la madre de B. hace años que la odio con todas mis fuerzas. Ahora mismo, yo no me creo que la violación de B. sea algo tan fortuito. Más me creo que su madre la vendió al mejor postor. Dos hijas, las dos abusadas. Ni siquiera aquí el azar es tan cruel.
De lo que puedo entender, entiendo que la señora ha encontrado una nueva IGA (Income Generating Activity): el nieto. Primera vez que lo sacan de casa y es para usarlo como reclamo para recibir ayuda, después de años de peregrinar con sus propias hijas de proyecto en proyecto.
A veces creo que tendríamos que insistir más en el abandono. No puede ser que la única motivación para quedarte con un hijo sea que, mientras es pequeño, el mundo te ayudará. Suele pasar que cuando crece y el mundo deja de ayudarte, te deshaces del pequeño IGA. Sólo que entonces ya es tarde y nadie lo quiere, y el pequeño IGA que, como es chico, no puedes vender, malvive como puede.
Cuando nos vemos en estos círculos sin fin aparente, un poco la desesperación se te sube a la chepa. Para vencerla, el mejor de los remedios: miras al pequeño IGA, cómodamente instalado en su mantita, ajeno a la ignorancia, verdadera dueña y señora de la chabola donde ha venido a nacer. Y esperas que el pequeño IGA lo consiga. De momento, tiene ya más que muchos: está sano y su madre es joven y podrá criarlo. Y, si tiene suerte, su abuela se morirá dentro de no tanto.
Lo bueno de la Vida es que por cada fracaso, te da una nueva oportunidad.
Seguro que ahora sí lo conseguimos.