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Archive for abril, 2020

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Abr 26

Hacer por hacer

A todas esas familias que hoy:

. habéis decidido salir los dos, porque no le veis ningún sentido a estar encerrados juntos y no poder salir juntos y/o no queríais perderos el momento en que el primer rayo de sol le daba en la cara a vuestros churumbeles

. os habéis mantenido impertérritos en vuestro plan de zona verde común, a pesar de llegar allí y ver que parecía Port Aventura, sin ni siquiera valorar modificar el itinerario o interrumpir el paseo para salir más tarde o, incluso, salir mañana.

. os habéis emocionado tanto al ver a vuestros hijos tan emocionados que habéis perdido el reflejo de agarrarlos cuando se han acercado a otros niños, o el reflejo de decirles a los abuelos que no pueden bajar a la calle a verlos, o el reflejo de evitar tertulias con otros papis de la escuela, y saludarse únicamente al pasar.

Deciros, en primer lugar, que respeto todas y cada una de las opciones y decisiones tomadas, entiendo, de manera responsable. Muchos no le habéis visto sentido a la Orden de Sanidad y habéis optado por la desobediencia civil y pacífica que, a mi parecer, puede ser hasta positiva.

Dicho lo cual, algunas consideraciones, siempre avanzando en este ejercer vuestra recién encontrada protesta social:

1. Espero, de verdad, que seáis igual de determinados, conscientes y responsables en el combatir otras muchas injusticias que vivimos a diario (antes y dentro de la pandemia), igual de reticentes a adoptar medidas sólo porque lo dice el partido de turno, igual de valientes a la hora de luchar, en general, por vuestros derechos fundamentales, incurriendo, como habéis hecho hoy, incluso, en la ilegalidad. Igual de activos en el no conformarse con las soluciones brindadas por los expertos de turno. No estáis solos. Hay gente que ya está allí. A lo mejor con motivaciones distintas de las de no poder separarte ni media hora de tus cachorros, pero bueno, un poco la motivación es lo de menos. Cuando el estado te avasalla con algo que tú entiendes como injusto (los desahucios, el rescate a los bancos, los recortes sanitarios o tener que hacer turnos para salir a pasear), HAY QUE LUCHAR. No sientas, de verdad, que tu motivación es menor. Por algo se empieza.

2. Entiende, también, que hay quien pueda interpretar tu desobediencia civil como un chorreo en toda regla, un “damos la mano y nos cogen el brazo”, un “en este país cada quien hace lo que le sale de los webs”. No digo que sea un razonamiento correcto, digo que, seguramente, habrá quién traducirá la aglomeración vivida hoy de once a doce de la mañana en este sentido. Cosas más raras hemos visto. Asume, también, que tu incursión en la ilegalidad puede no haber hecho más que empezar, porque habrá quien use esa argumentación para recular en el alivio del confinamiento, y eso te obligue a seguir desobedeciendo ulteriormente. Recuerda que siempre puedes quejarte de este pollo sin cabeza en que se ha convertido la salida de la pandemia. Culpa del coletas. O de que todavía no nos toca salir. Vete a saber.

3. Me encanta, además, lo positivos que sois. “Tenemos que volver a vivir YA”. Está bien tomar el control sobre la propia vida, en estos momentos en que hay gente que ha perdido el control sobre la propia muerte. Por ellos, tenemos que seguir adelante. Además, los 378 muertos de ayer hacen que los 300 de hoy parezcan poquitos. Si los comparamos con los quinientos diarios de hace solo una semana, todavía parecen menos. Si llegáramos a los 193, decididamente querría decir que está todo bajo control. Uy, me he liado de número. Esos son los muertos en los atentados de 2004, que cambiaron para siempre la Historia de nuestro país, y que nos pareció una masacre atroz, cruel e injusta. Una cosa positiva de la pandemia: los muertos, puestos en contexto estadístico, nos pueden dar hasta motivos para el optimismo Mola. Como son tantos, no hay nadie que haya indagado en las vidas y afectos de todos y cada uno de ellos (nos quedaría una galería fotográfica que no hay servidor de periódico que pueda soportar), y, como son todos abuelitos, pues tampoco es como si fueran como nosotros. Son como nosotros dentro de siglos y siglos.

4. Espero, sinceramente, que podáis entender que a esta misma conclusión que vosotros habéis llegado hoy (“esto ya no hay quien lo aguante”), también llegaron aquellos vecinos que fueron denunciados por saltarse el confinamiento. Como digo, la motivación es lo de menos, lo importante es ver la luz. Ahora que tú has tenido que decidir entre seguir tu corazón o perderte el paseo de tus hijos, espero que entiendas a quien tuvo que elegir entre salir de casa con su hijo de tres años o dejarlo solo en esa misma casa mientras iba a comprar, a la jubilada que de repente se angustió porque nadie le iba a dar de comer a los gatos que atendía ella en un solar de al lado de su casa, o a quien a la vuelta del trabajo entró a comprar sólo dos cosas en el súper, concretamente colorante alimentario y sal, pensando que la pasta de sal coloradita les distraerá a sus hijos del miedo que se vive en casa, y sin esperarse las miradas de reproche porque estaba comprando sólo colorante alimentario y sal. Ya ves tú si no podía esperar a la semana que viene para comprar dos chorradas. Espero, con todo mi corazón, que el ejercicio de la desobediencia social, de alguna manera, os conduzca a la tolerancia hacia esas personas que desobedecieron antes, y entendáis que muchas normas se quedan estrechas para determinadas situaciones de primera necesidad, como es el primer paseo de vuestros hijos después de un mes en casa. Un paseo que tardará un día entero en volver a repetirse. Imposible perdérselo. En pareja, como todo lo bonito que os ha pasado. Di que sí.

Por lo demás, espero que hayáis disfrutado del paseo. Por cierto, a las tres de la tarde, el mismo sol y nadie por la calle.

PD. Yo no te digo ni que sí ni que no… sólo digo que en estos tiempos, el balance entre lo que dice la Ley que hay que hacer, lo que crees que puedes hacer sin perjudicar a nadie, lo que necesitas hacer, lo que tus hijos necesitan hacer, lo que los profesionales sanitarios necesitan que hagas, lo que las muertes de miles de personas te sugieren hacer, lo que el gobierno manda que hagas, lo que debes hacer, lo que puedes hacer, y lo que te apetece hacer es súper complicado. Para todos.

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Abr 16

Naufragio… con niños

Leo estos días artículos y opiniones sobre las consecuencias que el encierro va a tener para nuestros hijos. Se queja la gente de que se ha pensado más en las mascotas que en nuestros hijos. Que los niños no son prioridad. Que se ha tomado un enfoque adultocéntrico para gestionar la crisis.

Ya. En estos momentos los niños no son prioridad. Las prioridades son eso: prioridades. En una situación como la actual, es de cajón que no se puede llegar a todo. Y nuestros hijos (los sanos, neurotípicos, sin discapacidad y en familias funcionales y funcionantes) no están en peligro. Ahora no, no son la prioridad. No pueden y no deben serlo. La prioridad son los mayores y las personas vulnerables, que son los que están en riesgo real de morir. A ellos hay que atender en este momento. Y los demás lo mejor que podemos hacer (nuestros hijos también) es no estorbar.

Si el virus se hubiera cebado con los niños (recordemos que los virus pueden ser bastante aleatorios), y en vez de tener quince mil muertos adultos tuviéramos quince mil ataúdes pequeñitos en fila en varias plantas de un párking (o de diez párkings), instalaríamos francotiradores en las azoteas para evitar que la gente saliera a la calle. Si fuera un Chérnobyl (las cifras son un poco esas), nos meteríamos en un búnker y allí nos quedaríamos los meses que hiciera falta. Si quince mil niños en nuestro país murieran sin el acompañamiento de su familia, con el único contacto físico del respirador y una mano enguantada de una persona bienintencionada, pero a la que no conocen, si el virus tuviera los mismos efectos en las guarderías que en las residencias de ancianos (imaginen: de veinte niños de una clase, en un mes se mueren tres. Pablito, Pedrín y Anita, por ejemplo, con su pañal, con su piel suavecita, con su bondad absoluta, con su no entender lo que está pasando, con sus familiares esperando en casa la llamada del médico para saber si su bebé de dos años está vivo o muerto, sin poder, ni siquiera acompañarlo en ese tránsito que, para los afectos y la vida compartida, es también final y miedo. Cambiemos dos años por ochenta). Como nuestros niños están a salvo del virus, nos permitimos, incluso, reclamar que se piense en ellos. El hecho es que miles, millones de niños, están decentemente atendidos en esta crisis. Los atendemos nosotros, que más allá del gobierno y los profes, somos los directos responsables de nuestros hijos.

Sobre mascotas vs. hijos neurotípicos: no hace falta un ejercicio de excepcional empatía para entender que, como padres, seguramente tenemos ya controlada de alguna manera la cuestión de las cacas de nuestros hijos. Como propietarios de mascotas, eso es bastante más complicado. No tengo perro, y muchas veces me escandalizo con los cuidados que se dedican a los mismos: cesáreas para parir cachorros de razas que hubieran debido extinguirse en un mundo donde millones de mujeres no tienen acceso a cesárea. Pero el sacar a los perros me parece, en este momento, un tema de salud, y también de ser consecuentes con la responsabilidad de tener un animal en casa, que mantengo, más allá de razas y lujos inútiles, una responsabilidad que hay que afrontar siempre y para toda la vida, como todas las responsabilidades que se adquieren con seres vivos (esto último, no se lo digan a las lentejas que plantamos el segundo día de cuarentena).

Y sí, el confinamiento pasará factura a nuestros hijos. Por supuesto que sí. Pero, si a estas alturas no hemos entendido que no podemos protegerlos de todo, que educarlos es también enseñarles que a veces la vida pasa factura, creo que como padres y madres no lo estamos haciendo del todo bien. Intentamos por todos los medios protegerlos, que ni sientan ni padezcan, que nunca el lodo de la vida les alcance. Es legítimo intentarlo. Es de deber, también, que aprendan que a veces la mierda nos alcanza a todos. Que la factura de este desastre la pagamos todos. Y que podemos considerarnos afortunados de vivir para contarlo. Que en una situación como esta, para proteger a nuestros mayores, a sus yayos, a las personas que, en muchos casos, los cuidan cada día, tienen que quedarse en casa. Punto. Y sí, si no lo entienden, tendrá que ser «porque lo digo yo, que soy tu madre». Como si tuviéramos algún control sobre la situación. Como si en casa reinara un enfoque adultocéntrico en este momento. Como si la prioridad, por una vez, no fueran ellos. Ya lo dicen los americanos: «fake it ‘till you make it». Como si controláramos y tuviéramos claro lo que hay que hacer.

Y con esto, que quede MUY CLARO, NO JUSTIFICO a los policías del visillo, de la nota en el rellano, de la pintada en el coche, que me parecen la cosa más horrible de esta situación, la delación hecha siglo XXI, esa España cainita que espera agazapada la menor oportunidad. Qué miedo, señores y señoras, qué miedo.

Por otro lado, no es verdad que los niños no son prioridad. No se considera prioritario dejarles salir a la calle. Mal que bien, tenemos miles de maestros y maestras que están haciendo de nuestros hijos su prioridad. Y en casa siempre han sido la prioridad, y lo siguen siendo. También para sus yayos son y siempre han sido prioridad. Pienso en todas esas personas ancianas que han querido y quieren a mi hija: en la monja con Parkinson que se pasó un verano (literal) tejiéndole unas bragas de ganchillo; en las señoras y señores de la parroquia que de vez en cuando le dan caramelos, que le dicen lo guapa y lo alta que es (como si ser alta o guapa fuera fruto del tesón individual, bien es verdad); en los yayos de sus compañeros de clase, que se apuntan su nombre para pronunciarlo bien; en las abuelas de sus amigos de natación, que rebuscan en las mochilas cuando nos olvidamos algo; en los curas salesianos que nunca se olvidan de saludarla, de dedicarle una palabra de cariño, de hacerla sentir en casa. Por ellos, amor, nosotras que podemos, nos tenemos que quedar en casa. Porque ellos y ellas lo valen.

Y la factura la pagaremos -la estamos pagando- , juntas. Y sí, puede ser que estemos dejando propina, que no haga realmente falta que estemos en casa, que estemos pagando errores de otros… pero yo, particularmente, siempre creo que es mejor hacer de más que de menos, y en ese principio intento también educara a mi hija: cumplir con lo que parece ser la única manera en la que podemos colaborar en este momento, que no quiere decir deponer el juicio crítico, ni rendirse, ni someterse, porque, como nos recuerda mucha gente, esto no es una guerra. Somos todos perdedores, en este momento, como sociedad, como sistema. Hemos fallado a nuestro mayores, y, sí, estamos fallando a nuestros hijos. Estamos -están- mucha gente intentando paliar ese fracaso, salvar los muebles de este naufragio. En este caso no está siendo «los niños primeros», porque los niños sanos, neurotípicos y en familias funcionantes, a Dios gracias, ya tienen chaleco salvavidas, adjudicado con una aleatoriedad de la que deberíamos -creo- ser más conscientes.

También os digo que, al paso que vamos con el home schooling, igual cuando vuelva al cole le tienen que volver a enseñar los colores y las frutas. El tema de la convivencia, en cambio, lo llevamos genial. Ayer dijo que para Reyes se pedirá una nueva familia. Una que salga más de casa, dice. Y que tenga jardín.

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