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Posts Tagged ‘Addis Abeba’

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Jun 03

LA SEÑORA PARLAMENTO

Los cuarenta días después de Pascua y hasta Pentecostés son el tiempo de las bodas en Etiopía. Se suelen celebrar en domingo y la gente, como es muy apañada, suele irse a currar el lunes vestido con lo mismo que llevaba el día anterior para la boda. Te encuentras a los seveñás vestidos de traje y corbata, que parecemos una embajada.

Cuando fui a hablar con la señora Zeib, directora de la Oficina de Asuntos del Niño y la Mujer de Addis Abeba, pensé que ella también había estado de boda el día anterior, visto que lucía una túnica de terciopelo negra que parecía una actriz de segunda fila vestida para hacerse el book que la lanzará a la fama (o eso cree ella).

Yo había echado mi solicitud de adopción en su oficina cuatro meses antes, donde, como ya expliqué en su momento, me habían informado de que cada mes se reunía un comité presidido por ella, con los expedientes de las familias y los expedientes de los niños amontonados en dos orfanatos públicos de Addis Abeba, y procedían a las asignaciones. Los meses habían pasado y, ante la ausencia de ningún tipo de noticias, me colé en su oficina, junto a G., una amiga mía, también extranjera residente en Addis, cuya familia estaba en aquel momento en la misma situación que yo.

Tras los saludos iniciales, procedimos a explicarle que nuestras solicitudes habían muerto en la mesa de sus asistentes.

_ Aquí no hacemos adopciones internacionales– nos cortó

_ Ya… nosotros no somos adopción internacional. Somos residentes en el país desde hace más de dos años. Por lo tanto para la legislación etíope, somos una adopción nacional- le explicamos.

_ No. Vosotros hacéis adopciones internacionales, porque sois extranjeros

_ Residentes en Etiopía, no podemos solicitar adopción internacional porque vivimos aquí – obviamente, yo no puedo adoptar desde España, porque no vivo en España y no puedo solicitar la idoneidad en España.

_ Ya, pero os vais a ir- sentenció

_ Llevamos aquí ocho años, y no pensamos irnos antes de otros dos– respondimos, sabiendo que ella tiene toda su familia ya en el extranjero y que seguramente se irá antes que nosotros.

_ Ya. Pero no conocéis realmente Etiopía. No sabéis el amárico

_ Sí sabemos el amárico – esto, obviamente, lo dijimos en amárico.

_ Pero lo habláis mal

_ Trabajo en amárico. Traduzco en amárico. Leo en amárico– le respondí, como si fuera una escolar aplicada

_ A mí lo de las madres solteras no me gusta- siguió, mirándome fijamente- el niño será siempre medio huérfano. Mi madre se volvió a casar con un señor que no era mi padre, y siempre me pregunté quién era mi padre– completó

_ Todos nos hacemos preguntas sobre nuestros orígenes. Es normal. –contesté, a punto de soltarle “aishósh”- y respeto su opinión sobre la maternidad soltera– mentira, no la respeto, pero bueno- pero la ley etíope y la ley española me dan el derecho de adoptar como madre soltera

_ Aquí las leyes las hago yo- me soltó

_ Uy,– contesté- yo pensaba que las hacía el Parlamento

_ Bueno… es que no es ley, son reglamentos internos, y los estoy cambiando

_ Realmente, la posibilidad está recogida en la Ley de Familia. Y, en cualquier caso, usted todavía no ha cambiado nada.

_ Yo quiero centrarme en las adopciones nacionales- reiteró. Y allí procedió a explicarnos que las familias etíopes querían más a los niños adoptados: que los adoptaban en la primera semana de vida y que los elegían con rasgos similares a los de los padres adoptivos, y que nunca les decían que eran adoptados. Ergo los querían más. El niño, según la señora Zeib, crecía sin problemas de identidad.

Según sabíamos, en aquellos cuatro meses, su oficina había recibido quince solicitudes de familias, ocho frenjis y siete abeshás. Le preguntamos si cabía la posibilidad de que dieran prioridad a las abeshás, y luego nos asignaran a los frenjis. Respondió categóricamente que no había tantos niños en situación de adopción en Addis Abeba. Sólo el Kebede Tzehay –uno de los orfanatos bajo jurisdicción de su oficina- tiene doscientos niños de entre uno y seis años. Aseguró que todos están allí temporalmente, en lo que sus familias arreglan cualesquiera que sean los problemas que han conducido al abandono. Mientras pensaba que esta señora y su túnica son, eventualmente, también jefas del sector donde yo trabajo, le pregunté si Servicios Sociales tenía algún programa de seguimiento de estas madres que habían dejado a sus hijos allí. Tienen muchos programas me dijo. Ninguno específico para ese target. En cualquier caso, me dijo, la vida en Addis ha mejorado mucho en los últimos años. La gente vive mucho mejor. Le dije que yo vivía en Kore. Es verdad, el basurero prospera saludablemente. La gente que se pasa el día buscando entre la mierda, también.

Dio por concluido el encuentro asegurándonos que jamás nos asignaría ningún niño porque éramos dos familias extranjeras. Que ella a los frenjis no nos daba niños. Ni siquiera uno del Gambella, aunque nadie lo quisiera porque no se iba a parecer a nadie. “Y voy a cerrar la adopción para las madres solteras”, concluyó, mirándome. Ella sola.

Aparentemente, está casada con alguien del Partido. En los orfanatos bajo su cargo entran y salen los niños sin ningún control. De noche y de día. Sus hijos estudian en Estados Unidos, pagados por agencias de adopción.

Hay a quien sus asistentes, que aparentemente no tienen ninguna comunicación con ella, le han asegurado que sí pueden asignar, a cambio de una donación. Sé que hay gente que adoptó poco antes que yo y que sí consiguió asignación normal en su oficina. Realmente, no sé en qué momento su filosofía delirante tomó el control de la oficina. Su jefa directa, que sería la directora de la Oficina de Asuntos del Niño, la Mujer y el Joven, nos dijo que era consciente de esta situación, pero que no podía hacer nada. Nos recomendó ir a pagar a alguna otra parte.

Aquel día me prometí que, si mi futuro hijo llevaba todavía pañal, me lo llevaría a saludarla, Y lo dejaría encima de los sofás de cuero nuevos relucientes que la señora tiene en su oficina. Sin pañal. Fresquito.

Sorteé a la señora Zeib yéndome a adoptar a otra región de Etiopía. Al final, algunas semanas después de que la Nena llegara, volví a retirar mis documentos de la mesa de su secretaria. Había cuatro fotos de carnet mías que a lo mejor me sirven para algo. Evité verla. Hui sin mirar atrás. El problema no es la señora, creo. El problema es que todos hacemos eso: cogemos a nuestros hijos y huimos sin mirar atrás.

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Oct 15

COSAS QUE HACER EN ETIOPÍA CUANDO NO TIENES UN DURO

En contra de los tópicos, hacer turismo en Etiopía cuesta un dinero. Yo hoy aquí quería ofrecerles un pequeño repertorio de cosicas que se pueden hacer de manera gratuita y que, a mí particularmente, m’ncantan:

1. Vagabundar por Merkato

Ir al Merkato a comprar, como ya expliqué en su día, es El Horror. Sin embargo, yo encuentro fascinarte ir a pasear sin rumbo fijo, sólo por el placer de ver de cerca El Caos Absoluto. Es verdad que te gritan mucho y puede ser agobiante, pero la cantidad de plásticos que puedes apreciar compensa con creces los pequeños inconvenientes. El máximo de la visita: coincidir con un camión cargado hasta los topes de plásticos en sus más diversas variantes. Para mí, comparable al Louvre. Sobre todo –además de los plásticos- las partes dedicadas a la cestería y a las especias.

2. Ir al molino

El molino es ese sitio donde uno va a que le muelan lo que tenga que moler: trigo, maíz y, sobre todo, berberé. La gente lleva el berberé ya mezclado (las pepitas de los chiles, pimienta y el largo etcétera de especias que lo componen) y allí te lo muelen, dando como resultado el preciado polvo. Los molinos son sitios oscuros y pequeños, pero la gracia está en la vertiente multisensorial de la experiencia: hueles a berberé por todas partes, y, recién molido, tiene un color precioso. El proceso del berberé se combina, en la misma habitación, con la limpieza de las harinas en tamizadores y otras moliendas. Yo, cuando van las cocineras, me apunto fijo. No me gusta mucho ni el picante ni el berberé en la comida, pero el olor de la especia me encanta. Y, una vez que te dejan de llorar los ojos (berberé is in the air), puedes hasta apreciar los colores.

 3. Ir por la mañana tempranito a Meskel Square.

Sobre las seis de la mañana, el pueblo etíope se pone en marcha. Alrededor de Meskel Square, la gente se concentra para correr. En general, entre las cinco y las seis de la mañana, puedes encontrar bastante gente prácticando jogging en toda la ciudad. Mola porque parecen una gente súper emprendedora y sanota. El top es cuando tienes la suerte de encontrar a algún corredor que, con zapatos de plástico y pantaloneta gueter, corre con el mejor de sus empeños.

 4. Ver la luna llena al atardecer

Cuando, a punto de anochecer, sale la luna, y coincide que es luna llena, se ve increíblemente grande, y mucho más cerca que en Europa. Desconozco la causa científica (sí, soy así de ignorante), pero se ve muy, muy bonita. Del cielo estrellado africano no hablo porque, la verdad, en Addis sólo puedes apreciarlo cuando se va la luz. Y es verdad que sucede bastante a menudo, pero sueles estar ocupada tropezándote por toda la casa buscando esa vela o linterna que dejaste tan a mano por si acaso.

 5. Los jardines del Sheraton

El Sheraton es el conocido hotel de súper lujo en Addis. Tomarse lo que sea cuesta un patrimonio y medio, pero a los frenjis nos dejan entrar sin hacer preguntas, y pasear por los jardines aunque no te tomes nada. Hay un parque de juegos infantiles bastante chulo, pero normalmente desierto. Si vas los martes y los jueves en torno a las siete de la tarde, encienden las fuentes y los focos en los jardines. No es la experiencia de tu vida, pero son cuquis de ver. Como digo, si vais con amigos abeshás, a lo mejor os indican que el paseo por los jardines es sólo para huéspedes. Y sí, esta última observación habla de racismo.

 6. Visitar una iglesia ortodoxa

Salvo que sean las de Lalibela, en las que la entrada va camino de costar lo mismo que la de Disneyland, entrar en las iglesias ortodoxas es gratuito. Yo voy con la Santa Infancia el día de Viernes Santo, jornada dedicada a la expiación de nuestros pecados (no todo van a ser cupcakes en el mundo), cuando los jardines que circundan las iglesias se llenan de fieles que repiten miles de veces las preceptivas genuflexiones. A mí me relaja.

Habrá quien incluya la ceremonia del café en esta lista. Yo no porque, aunque vayas de colegueo, siempre está bien llevar algo. Y ese algo costará dinero. Pero vamos, que con todo lo que os comento, te llenas un día estupendo.

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Mar 19

AL VOLANTE, PELIGRO CONSTANTE

Siendo de ciudad de provincias, en España nunca he conducido. Me saqué el carnet hace años y lo he usado poco poquísimo. No tengo coche en España y, obviamente, no lo necesito. A la gente le gusta cargar conmigo en mis vacaciones.

Así, mi iniciación al mundo del automovilismo se produjo en Addis Abeba. En vez de empezar a conducir un Seat Panda o un Ibiza, como hizo toda mi generación, yo hice mis primeros pinitos con un Land Cruiser de ocho plazas que trepaba como las lagartijas por los socavones de Addis Abeba. La prosperidad americana se me acabó, y actualmente conduzco otro Land Cruiser, también de ocho plazas, pero bastante, bastante más ajado. Es una maravilla, porque cada día me sorprende con un ruido distinto. Como no tengo ni idea de mecánica, me santiguo cada mañana y me lanzo a la ciudad, haciendo caso omiso del despliegue musical de mi vehículo. Cuando se enfada, lo llevo al mecánico, y a correr.

El tráfico en Addis, como se puede imaginar, roza el delirio. El gobierno de Hailemariam se ha decidido a implementar hasta la última idea que se le pasó por la cabeza al difunto Meles, y así han vuelto levantar todas las calles recién asfaltadas para hacer…¡un tranvía! Addis nunca deja de sorprenderte.

Con varias de las principales arterias de la capital parcial o totalmente cerradas, los atascos en hora punta se multiplican. Como el parque vehicular de Addis presenta un nivel de mantenimiento paupérrimo, los coches se recalientan enseguida y, al caos del atasco, tienes normalmente que añadirle el caos que provoca cuando uno de los coches se queda parado bloqueando un carril. Si tienes suerte, el motor se funde en plena rotonda, y ahí que se queda por los siglos de los siglos (amen).

El principal problema que presenta la circulación de Addis es conceptual: concretamente, el concepto de “preferencia” se ha sustituído por el concepto de “meter el morro”. En los cruces, pasa primero quien le hecha más morro o quien aprecia menos la carrocería de su coche.

Esta ausencia de criterio da como resultado un necesario incremento de la comunicación entre conductores: te pasas la vida pitando. Cuando ves que alguien va a incorporarse, le pitas para avisarle de que no vas a parar. Cuando ves a alguien caminando por la carretera, le pitas para avisarle de que no se arrime demasiado. Esto, si lo haces en España, es de mala educación. No sólo no te paras en los pasos de cebra, sino que además le pitas a la gente que está esperando.

Otra cosa muy guay que hacen con el claxon es pitar al imposible. Ejemplo: tú estás parada en un cruce porque el guardia de tráfico que está justo delante de tu coche te ha pedido que esperes. ¿Qué hace el coche de detrás? Te pita. Para que pases. Para que atropelles al guardia, dejes sus restos desmenuzados en el siguiente socavón, y acabes en la cárcel de Kaliti. Lo mismo sucede cuando, esporádicamente, te atreves a parar en un paso de cebra y dejar que la gente pase. El de atrás te pita. Si cada vez que te pitan, arrancaras, el aumento desmedido de población en Addis se resolvería en un plis plás.

En contra de lo que pudiera parecer, el caos reinante no quiere decir que no haya reglas. Sí las hay, También hay multas. Los únicos que conocen las reglas son los guardias de tráfico. Como ellos son los que te ponen la multa, la cosa tiene sentido. Cuando te ponen una multa, no sólo te ponen la multa, sino que te quitan el carnet de conducir. Luego, tienes que ir a tráfico a pagar y después a la comisaria del señor policía a recuperar tu carnet. No es un proceso difícil, pero jode perder la mañana.

Los etíopes están convencidos de que la razón del caos es la cantidad de vehículos que hay en la ciudad. No es cierto. Considerando el número de habitantes, no hay tantos coches. Yo (experta en ser experta) apunto como razones del caos:

. las mencionadas obras

. los taxis (furgonetillas) que se paran y cambian de carril cuando les sale de los webs

. la extendida idea de que uno es siempre más listo que los demás, y los demás están esperando porque son tontos y no se les ha ocurrido invadir el carril contrario

. la extendida idea de que todos somos Iron Man. La gente camina despreocupadamente por mitad de la calzada. Todo el mundo sabe que cuando el binomio peatón-coche colisiona, siempre ganan los buenos, que sería el peatón.

. los agujerillos de la calzada, que no todos los coches pueden superar. Si tienes un utilitario normal, te pasas la vida circulando a diez por hora en el terror de morir sepultado en uno de los socavones.

. las carreras a veinte por hora. A la gente le encanta adelantar. Aunque conduzcas un camión de hace veinte años, con tráiler suplementario, cargado de piedras, y no puedas pasar de treinta kilómetros por hora, si encuentras a otro que va a veintiocho kilómetros por hora, tú lo adelantas. Por las leyes de la física, eventualmente llegará un momento en el que conseguirás completar tu adelantamiento, después de tres minutos de bloquear los dos carriles disponibles en la carretera, para gozo y regocijo de los demás conductores. Eso si, con el esfuerzo, no se te recalienta el camión y te quedas a mitad.

Sinceramente, por muy cateta que yo sea, no creo que el problema resida en que “la ciudad no es para mí”. Es que creo que no es para nadie.

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