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Posts Tagged ‘Opinión’

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Mar 27

HISTORIA DE A Y B

La historia de hoy comienza con dos gemelos, que llamaremos A. y B. Iguales en todo, menos en su sangre: uno seropositivo y el otro no. A la muerte de sus padres, el gemelo A. (seropositivo) fue ingresado en el centro residencial para huérfanos seropositivos donde trabajaba la Doctora. Su gemelo, B., negativo, después de un año junto a A., fue dado en adopción a una familia europea. Tenían cuatro años.

Los años pasaron y, cuando los niños tenían como ocho años, la familia europea y B. vinieron a ver a A. Pasaron dos semanas en el centro. Los hermanos jugaban cada día juntos. Aparentemente, todo iba bien.

Y llegó el final de las vacaciones. El mismo día que B. se fue, A. destrozó una habitación entera. Como digo, tenía ocho años. Lo que pareció un episodio de “escape” debido a la tensión emocional, se fue repitiendo cada vez con más frecuencia.

Por su parte, su gemelo europeo, empezó también a mostrar problemas de conducta, comenzando a rechazar a su familia adoptiva.

A lo largo de los siguientes años, el gemelo A. fue rulando de centro en centro. Unas veces se escapaba y otras veces lo expulsaban por problemas que iban desde los robos hasta los abusos (sexuales también), pero no sólo a otros menores de los distintos centros.

B., en Europa, fue distanciándose más y más de su familia adoptiva, que intentó recrear un vínculo entre los hermanos a través de una persona que trabajaba en uno de los centros donde estaba A. No era fácil, porque B. había olvidado el amárico y no podía hablar directamente con su hermano, por lo que, tras algunos tentativos, dejaron de hablar.

De centro en centro y tiro porque me toca, A. dejó de tomar los antirretrovirales y pasó a vivir en la calle cuando tenía quince años. La familia adoptiva de B. se lo dijo, y este desapareció de su casa durante siete días.

A. falleció en el patio de un hospital de Addis Abeba cuando tenía dieciséis años. Llevaba tres días tirado. El día de su funeral, la familia de B. llamó para decir que el día anterior B. había vuelto a desaparecer de casa. Que, cuando lo encontraran, habían decidido tirar la toalla y dar su tutela a los servicios sociales. No sabían que A. había fallecido. No sé si llegaron a decírselo.

Tampoco sé si, cuando descubrieron que su hijo tenía un gemelo, no quisieron adoptarlo o no pudieron (hay países que no permiten o no permitían la adopción de niños seropositivos). B. fue dado en adopción en un período en el que todos pensaban que lo mejor era encontrar familias para los niños huérfanos, aunque fuera a costa de separar hermanos. Sólo una vez conocí a A.: él también pasó un período en uno de los centros donde estuvo mi Nena. Me pareció un chaval normal y corriente. Seguí sus andanzas a través de amigos míos que intentaron salvarlo una y mil veces, empezando por la Doctora, cuya consulta destrozó cuando sólo tenía ocho años.

Hay muchas cosas que no sé en esta historia. Pero hay días en que no puedo sacármela de la cabeza. Supongo que será porque plantea preguntas bastante terribles y porque la muerte es siempre la peor de las respuestas. Porque está llena de incógnitas: a lo mejor si nunca hubieran vuelto a encontrarse, ¿las cosas habrían sido diferentes? ¿Es más fácil vivir no sabiendo dónde está tu hermano o sabiendo que está mucho mejor/peor que tú sin ningún motivo aparente y sin que puedas hacer nada para remediarlo? Supongo que, si es un hermano menor, que has cuidado, te alegras de que esté bien (si está bien). Pero…. ¿qué pasa cuando es exactamente igual que tú?

Las respuestas sólo las tienen A. y B. Por desgracia, uno de ellos ya no puede hablar. Ni siquiera con el otro. De verdad, que hay días en que no hago más que pensar en ellos.

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Abr 22

DE MORDOR A LA OROMÍA

Se me acerca un niño corriendo por la calle. Me enseña la mano. En el dedo pulgar, lleva una anilla de hierro:

_ Me he encontrado el anillo de Frodo –me suelta

_ ¿Y qué vas a hacer con él?

_ Destruirlo antes de que vengan los orcos

_ Cuidado con el poder –le digo – te destruirá a ti

_ Ya, ya lo noto cómo me va entrando –me replica riéndose

Su madre sale de una casa cercana. Tiene que ir a por agua. Se despide: “Nos vemos el domingo”.

En la misión en la que vivo ahora, comparto vida y trabajo con gente que conoció mi trabajo con mi Santa Infancia. Ya la primera semana, me pidieron que comenzara aquí también con mi actividad cinéfila. Digo mi actividad cinéfila porque es así: es mía. No pongo grandes condiciones, sólo una: si yo traduzco, es mía también la decisión final sobre las películas que se proyectan.

Pongo esta condición porque hay más gente de la que parece que, cuando nosotros decimos “los domingos tenemos cine”, entienden “los domingos hacemos un cine-fórum”. No. Son actividades distintas. Podríamos hacer un cine fórum… pero es complicado con niños de edades tan distintas… y no me apetece.

A lo largo de los años, me he encontrado con dos opiniones, fundamentalmente expresadas por gente que trabaja en proyectos católicos:

  1. El cine es un elemento de colonización cultural, por lo que cualquier referencia audiovisual no etíope debe ser evitada y jamás incentivada. Las películas no hablan de su cultura y, por lo tanto, no les aportan nada. Acto seguido suelen sugerirte que proyectes El Rey León, esa película hecha en américa, con argumento y espíritu americanos, con música compuesta por un inglés. Pero salen leones. Creo que en toda Etiopía debe haber veinte leones. Los más radicales suelen prohibir cine y televisión al interno de proyectos y orfanatos.

Ante este argumento, yo mantengo la idea de que uno de los recuerdos más potentes y muchas veces más entrañables que todos tenemos habla de cuando íbamos al cine de pequeños. Y no íbamos a ver películas ni de Alfredo Landa ni de Buñuel. Íbamos a ver los Goonies y ET. Y nos encantaban. Y muchos atesoramos estos recuerdos entre los más preciados de nuestra infancia, cualesquiera que fueran las condiciones en las que vivimos. Si yo puedo dar a los chavales etíopes ese mismo recuerdo… ¿por qué no hacerlo?, ¿por qué negárselo? Y, aunque muchos misioneros de la vieja escuela y toda la iglesia ortodoxa parecen haberlo olvidado, el cine es arte. Igual que la literatura. Igual que la música. Lo mismo que estudian literatura, deberían estudiar cine. Nadie diría que estudiar un cuadro de Van Gogh es colonización cultural. No sé por qué, cuando hablamos de recursos audiovisuales, hay gente que pretende que sólo veamos películas etíopes. Películas que, por cierto, tienen una calidad pésima desde todos toditos los puntos de vista. Y que rara vez son mínimamente adecuadas y/o atractivas para niños.

  1. Es desperdiciar recursos. Las películas tienen que hacerles pensar. Que reflexionen. Y acto seguido te preguntan si ya has proyectado Hotel Rwuanda. Mi Santa Infancia, después de ver Hotel Ruanda, Shooting Dogs y The Last King of Scotland, me preguntaron si no había películas de africanos en las que no mataran salvajemente a otros africanos. Sí, claro. Hay también películas de rappers de Sudáfrica, y películas etíopes de calidad… hechas en el extranjero por etíopes de la diáspora con fondos extranjeros y que son muy difíciles de conseguir, no ya en copia original, sino en copia pirata de calidad medio decente.

Volviendo a mi respuesta anterior, nadie decimos “cómo la gocé viendo La Lista de Schindler”. Puede ser que nos gustara La Lista de Schindler, pero seguramente no forma parte de esos recuerdos entrañables. Sí que nos hubiera gustado salvar judíos, pero a una cierta edad le ves más atractivo a volar en bicicleta.

No digo que no haya que hacer cine fórums. Sí que hay que hacerlos. Pero con grupos pequeños y personal preparado para hacerlos… y mi amárico no da para tanto (ni mi tiempo, son cosas que hay que preparar muy bien).

Además, como reina soberana de la actividad, lo digo bien claro: el objetivo no es que piensen, no es que reflexionen. Quiero que sueñen. Que se evadan. Que se escapen de la porquería de vidas que suelen tener. Muchas veces, no puedo cambiarles la vida. Pero, durante dos horas, pueden ser reyes y reinas de Narnia. Pueden encontrarse el anillo de Frodo en la polvorienta calle de su casa, al lado de los restos de la última vaca muerta

En mi sitio actual, como primera película, elegí la primera de Narnia. Éxito brutal. Después de las tres de Narnia, recalamos temporalmente en Spider Man y, desde hace varios fines de semana, estamos inmersos en El Señor de los Anillos. Nos ocupa bastantes domingos porque el salón en el que lo hacemos acumula mucho, mucho calor y hemos comprobado que después de una hora y media, los niños se ponen agresivos. En serio. Cuando vimos entera la tercera parte de Spiderman, en la segunda hora, un chaval le pegó a otro porque se había tirado un pedo. Tuvimos que separarlos por la fuerza. Así que vemos como máximo una hora y media cada domingo, para que nadie se deshidrate.

Como espero que se entienda, a mí me fascina. Me encanta ver las películas con ellos y me encanta que salgan de mi boca palabras con la sabiduría de Legolas. Es una actividad que, lo digo honestamente, me deja exhausta. Es como hacer teatro improvisado durante una hora y media, traduciendo entre dos lenguas (inglés y amárico) que no son la tuya. Pero me da un subidón de adrenalina que, me acompaña toda la semana.

 

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Ago 02

IDEAS SIN RUMBO… (2)

Post Anterior: ideas ¿sin rumbo?

Un día fuimos a visitar a una ex Señora Vulnerable. Pasábamos por la puerta de su casa, y mi compañera de trabajo me pidió que entráramos, porque había parido hace poco. La nueva nena, que se llama igual que mi Nena, tiene un mes. “En cuanto pueda, se la doy a alguien”. Los dos hijos mayores de los seis que ya tiene esta señora están ya con otra familia en Addis. Familia de la que la señora sabe poco o nada. Supongo que volverá a saber cuando echen a sus hijos de casa.

Al poco de mi llegada el proyecto, una Señora Vulnerable abandonó a sus cuatro hijos. Vació la casa donde vivían, quemó el colchón infestado de chinches, los dejó a cargo de distintos vecinos sin dar muchas explicaciones, y se piró diciendo que se iba a los países árabes para no volver más. La llamamos por teléfono varias veces, suplicándole que volviera, hasta que empezó a no responder. O a colgarnos en cuanto escuchaba la voz de sus hijos. “Es la línea, que se ha cortado”, les decíamos.

En aquella tesitura, me dirigí a los servicios sociales de la ciudad. Los niños eran dos chicos de 13 y 11 años, ya con experiencias de vida en la calle, y dos niñas de cuatro y siete. Mi plan de acción: internar a los chicos en un proyecto y dar a las niñas en adopción. El plan de acción de los servicios sociales: esperar a que volviera la madre. “Ya no hay adopciones”, me dijeron. “Mentira podrida”, les dije yo. “Si no vuelve su madre, nos cogemos uno cada trabajador de esta oficina en nuestra casa”. Propuesta del siglo. “No necesitan un sitio donde dormir”, les contesté, “ya tienen un sitio donde dormir. Necesitan una madre”.

La señora volvió al cabo de cinco meses porque los de la inmigración ilegal la dejaron tirada en Addis Abeba. Llamamos a los Servicios Sociales para establecer un plan de reunificación de la familia. La madre se rebotó y los Servicios Sociales la metieron una noche en la cárcel. Lo juro. Su counselling: “si vuelves a abandonar a tus hijos, te volvemos a meter en la cárcel”. Flipa.

Tres meses después, los dos niños mayores están en la calle. Uno en Zway, otro en Addis. A las dos niñas se les ha pasado la fecha de inscribirse en el colegio, por lo que tendremos que pedir varios favores si queremos que se escolaricen con normalidad. Y pagarles todo porque el exiguo sueldo que su madre recibe a cambio de trabajar en los invernaderos apenas le da para pagar los múltiples préstamos que pidió para su viaje de la desesperanza. Han dejado de odiarla, o al menos en vez de odiarla abiertamente la ignoran pacíficamente. Siguen viniendo a mis brazos y pidiéndome que las acune como si fueran bebés de seis meses.

Leemos constantemente que ya no hay niños adoptables. Etiopía se declara públicamente capaz de atender a todos sus menores. Todo mentiras podridas. Lo que no hay son Servicios Sociales capaces de detectar situaciones reales de abandono y/o negligencia, con capacidad para retirar niños de sus familias, sea de manera temporal o permanente, y darles el apoyo que realmente necesitan. Pero que hay niños sin familias, niños abandonados, niños no queridos, niños desatendidos… los hay y son Legión.

Dice el gobierno que la adopción internacional da una imagen de pobreza del país. Al parecer, la lepra, la creciente presencia de niños de la calle, no sólo en Addis, sino también en ciudades pequeñas como la nuestra, y los niños constantemente desatendidos, no. Al parecer, la mentalidad que identifica “familia” con “lugar para dormir” es una mentalidad súper desarrollada.

En todas estas cosas pienso yo cuando veo a las dos hijas de la señora viajera, a la bebé que su madre quiere regalar. A la niña S., cuya madre le niega los antirretrovirales porque no quiere que nadie sepa que tiene Sida. Y tengo la certeza de que estarían mejor en otra parte. Y ese eslogan que dicen “siempre, siempre, lo mejor es la madre biológica” se me agrieta en la cabeza y en el alma. Porque todos tenemos la imagen de unas madres biológicas forzadas por las circunstancias, que con todo el dolor de su corazón abandonan a sus hijos para darles una vida mejor. Y no siempre es así. A veces, aun pudiendo recuperar a los hijos que mandaron como siervos a los nueve años, las Señoras Vulnerables eligen comprarse un televisor. A veces la circunstancia de no haber elegido ser madres, de haberlo sido a la fuerza, oscurece todo lo demás, nubla todo lo bueno que pueda tener una maternidad. Y en algunos casos son situaciones que no tienen salida, que no mejorarán jamás, con ningún tipo de asistencia. Son situaciones que sólo pueden traducirse en un sufrimiento para el menor.

Como digo, yo tenía claro que un niño siempre tiene que permanecer con su familia biológica, salvo en casos extremos de riesgo para el menor. Ahora me doy cuenta que entre el riesgo físico de muerte inminente y la satisfacción apropiada de las necesidades físicas y emocionales de un niño hay toda una gama de situaciones a medio camino que normalmente producen niños emocionalmente heridos y profundamente rotos. Y no tiene tanto que ver con el nivel económico de las madres, sino más bien con el background cultural y vital de estas señoras. Hay Señoras Vulnerables que adoran a sus niños, seguramente porque ellas también fueron niñas queridas. No son todas, y hay días en los que pienso que no son ni siquiera la mayoría.

Dicen que salen miles de niños cada año. Deberían salir millones.

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Jul 29

CINCO AÑOS

Esta semana fui al banco. Para variar, no había luz. A mi lado, en la cola, un señor le preguntó al cajero: “¿Y cuándo volverá la luz?” Sin pensarlo, disparé: “esperemos que dentro de cinco años”.

No diré que ha vuelto a pasar. Diré que lo han vuelto a hacer. Han ganado los mismos. En buena lógica, lo más realista es aceptar el hecho de que va a seguir sin cambiar nada. De que vamos a seguir sin luz y sin agua y sin comunicaciones y sin sanidad decente. De que vamos a seguir pagando impuestos desorbitantes a cambio de servicios inexistentes. De que los etíopes se van a seguir muriendo de enfermedades perfectamente tratables sin que a nadie le importe mucho el hecho de que haya almacenes llenos de medicinas sin distribuir porque los funcionarios están demasiado ocupados cobrando los per-diem de las capacitaciones internacionales de turno como para trabajar. Llevan años con el building capacity. Y lo único que se está construyendo son centros comerciales vacíos e inservibles. Y el tren de Addis. Y la presa. El puto tren de Addis cuyas obras han vuelto la ciudad invivible y la puta presa que siempre están a punto de acabar y que nunca se acaba.

Cuentan que antes de las elecciones pasadas, hace cinco años, el partido regalaba cabras a cambio de votos. Lo considero un desperdicio. Con una camiseta les hubiera bastado. Este año, se ve que han optimizado recursos, y, como no había observadores, actuaron directamente a pie de mesa electoral. Cuando alguien preguntaba cómo se tenía que votar, le indicaban sucintamente que tachara el símbolo de la abejita. Como mucha gente va a votar sólo para que le vendan el aceite barato en el ayuntamiento, pues la gente tachó la abejita, y así se aseguraron otros cinco años de impunidad. Tiro por la culata a todos los niveles, porque el mes de antes de las elecciones distribuyeron aceite cuatro veces, y el mes de después ya pasaron a dos. Y tú, que vendiste tu voto a cambio de dos litros de aceite de palma, te has quedado sin aceite, y sin voto. Y sin dignidad. Literalmente, a dos puñeteras velas, que es lo que toca encender cada noche.

Leí en un libro, creo que en El Negus, de Kapuczinsky, que el pueblo etíope ayuna demasiado como para tener fuerzas para rebelarse. De acuerdo al cien por cien. El gobierno vende que no hay mejor democracia que un plato de injeera para todos y cada uno de sus ciudadanos, y en aras de ese desarrollo económico que –dicen- sacude al país en los últimos años, se vulneran Derechos Humanos y Libertades (en el banco la gente me miró como si les hubiera mentado la madre o como si hubiera mentado la madre del cajero). El plato de injeera no llega, la luz tampoco, el agua menos y el Interné… el Interné en esta ciudad de provincias cuesta más de cincuenta euros al mes (bastante más que el salario medio), y, si no, al Internet café. Cuando hay luz, claro.

Advirtieron que podía haber disturbios el día de la publicación de los resultados. Y no pasó nada. Absolutamente nada. Nada que no pase una vez cada cinco años.

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Feb 04

ESAS FOTOS DE HAMBRUNAS…

Desde hace ya algunos años, sobre todo desde que los índices de crecimiento económico dan la razón sobre el papel al gobierno, todo artículo que se precie sobre Etiopía comienza haciendo referencia al imaginario colectivo sobre el país: las hambrunas de los 80 y esas fotos de niños famélicos. Y entonces los artículos, sobre todo los que aparecen en los periódicos de aquí, te dicen que todo eso ya no es así. Que estamos creciendo como la espuma. Que el gobierno se está empeñando con todo su ser para que todos tengan su plato de injeera cotidiana. Yo percibo siempre este esfuerzo soterrado de ir más allá del tópico, de cambiar el imaginario colectivo, de presentar Etiopía como un país en marcha, activo, con futuro.

En todas estas cosas pensaba yo cuando me pusieron en brazos al sobrino de la señora B., un niño de menos de un mes cuya madre había fallecido a la semana de dar a luz. Había ido al hospital, le dijeron que todavía no le tocaba parir, volvió a casa y parió allí y una semana después murió. La señora B. decidió llevarse al recién nacido, porque estaba algo pachucho y porque el viudo tenía otros cinco hijos de los que ocuparse. Y yo, oliéndome de lejos la tostada, fui a visitarla y a preguntarle cómo estaba su sobrino. Pues eso, no del todo bien, me dijo. Traémelo, le pedí, como si fuera un rey medieval, preséntame a tu hijo. Mandíbula desencajada cuando mi compañera desenvolvió el paquetillo y nos encontramos al imaginario colectivo: niño aparentemente prematuro (y eso explicaría la absurda confusión hospitalaria) con un grado híper alto de malnutrición. Así, a simple vista.

Dí el pistoletazo de salida y todas a correr como locas. En unos hospitales no tenían la leche especial que necesitaba el pequeño y en otros, sencillamente, no tenían permiso para tratar malnutridos recién nacidos. De oca a oca y tiro porque me toca. En un país que recibe miles de millones de todas las monedas posibles para el combate a la malnutrición, y en trescientos kilómetros a la redonda ningún hospital público tenía los recursos ni la capacidad de tratar a nuestro pequeño todavía sin nombre. Eso sí, para no aumentar los números sobre mortalidad, ni siquiera lo ingresan. Así no es su responsabilidad. Así se queda sin nombre, sin número. Fuera.

En un momento dado de la carrera, me lo volvieron a plantar en los brazos, mientras las Señoras Vulnerables organizaban todo para el enésimo traslado. Y allí es donde, mientras miraba a aquel monillo recién nacido, ya desfigurado, respirando débilmente, con aquellos dedos que supongo que eran de longitud normal, pero que parecían muy, muy largos porque eran finos, finos, con miedo de que cualquier gesto, cualquier movimiento, pudiera quebrarle la vida, pensé en todos esos artículos, en todos esos intentos de negar la realidad sólo porque se ha convertido en mainstream. He conocido mucha gente que, cuando viene a Etiopía, queriendo ir más allá del tópico, se fijan sólo en lo positivo (que lo hay). Y Etiopía, hoy por hoy, es todavía niños que mueren de hambre. Y adultos que mueren de hambre. En Etiopía todavía hay mucha, muchísima gente que pasa hambre. De la de verdad. Y muchas mujeres que mueren al dar a luz. Y luego te dicen que es porque, culturalmente, nadie va al hospital. Pero en esta ciudad donde vivo todos saben que el hospital tiene de hospital sólo eso: el nombre.

Me gustaría decirles que esta historia acabó bien. Que el monillo sobrevivió y que pudimos buscarle un nombre más adecuado que el que se nos ocurrió para rellenar el registro en el primer hospital en el que estuvimos (le pusimos un nombre ortodoxo y luego resultó que el niño era musulmán). Pero no. Behamlak falleció diez días después de su ingreso en un hospital de la Iglesia Católica. Falleció en un sitio digno, donde hicieron mucho más de lo que habían hecho en los tres hospitales precedentes, públicos y privados. Pero falleció. De hambre. Y de ignorancia. Y sí, Behamlak es Etiopía. Y como él, tantos otros.

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Dic 18

¿POLÍTICAMENTE INCORRECTO?

Voy a decir algo que va a levantar ampollas. Es algo que me ronda por la cabeza hace ya algunos años. Me reconcome las entrañas y no sé cómo sacarlo fuera, porque es algo que la opinión popular no va a compartir ni a aceptar.

Bueno, ahí va: no me gusta Arturo Pérez Reverte.

Ya. Lo he dicho.

Diré en mi descargo que no es una opinión dada así, a la ligera. Yo de jovencita era fan del señor Pérez Reverte desde que en una Feria del Libro, un librero me recomendara un libro que en aquel entonces todavía nadie conocía. Era La Tabla de Flandes. Honestamente, vi La Luz. De ahí me lancé y me leí todo lo que había publicado el señor Pérez Reverte hasta el momento.

Años más tarde decidí estudiar periodismo. Y, de nuevo, el señor Pérez Reverte era todo lo que todos queríamos ser. Y esta fiebre-fan me duró hasta que me leí el Pintor de Batallas, que me pareció la enésima elaboración del héroe que defiende Pérez Reverte a capa y espada (y nunca mejor dicho): ese tío duro con un pasado terrible, irresistible para las niñas de veinte años de los que, cari, ya no quedan. Casi. Por suerte.

He seguido a trompicones sus columnas (en el sentido de que no he conseguido tener acceso a ellas con regularidad) y, desde hace ya algunos años, incluso cuando alguien me las manda en Facebook o me las encuentro en la Red, paso de ellas. Me enfadan.

Me cansa la retórica del adolescente enrabietado que siempre tiene razón. Del que se piensa que, como grita más, le oirán mejor. La demagogia del puñetazo en la mesa, del creerse tan progre que puede hasta decir palabrotas. Ya nadie piensa que ser progre es decir palabrotas. Ahora, lo verdaderamente revolucionario es saber usar la segunda persona plural del imperativo (batid, mezclad, agitad, Arguiñano, por favor, que no das una). Y sí, un taco dicho en el momento y la situación oportuna, vale más que mil palabras. Pero cuando perlas tu columna de un rosario de imprecaciones a mí la sensación que me da es de que te interesa que la gente se quede con la forma, y no con el fondo. Qué guay, dice “hijo de puta”. Por cierto, no puede haber tantos hijos de puta en el mundo. Es materialmente imposible. Por cierto, también me cansa el rencor perpetuo, la victimización y el “os lo voy a explicar claro clarinete, porque os veo cortitos de entendederas”. El dividir el mundo entre hijos de puta traidores; capullos ignorantes; y héroes cotidianos, por supuesto, desconocidos para el mundo hasta que tú los acercas a la Luz. El tirar de tópicos sin descanso, los buenos y los malos, el negro y el blanco, no vaya a ser que el lector se pierda. Los personajes que son siempre el mismo personaje. No diré que el personaje es Pérez Reverte porque, a pesar de lo que diga la opinión popular, yo creo que Pérez Reverte no es ni tan duro, ni tan noble, ni tan honesto como lo son sus personajes. Nadie puede serlo. Ni siquiera un personaje de un libro. Y por eso me chirrían.

Volviendo a sus columnas, no necesito que me indiquen quiénes son los hijos de puta. Ya los veo venir yo solita. No necesito que nadie me diga por qué tengo que estar siempre enfadada. No me gusta estar enfadada. Indignada, sí, pero no enfadada. Asustada, desconcertada,  decidida a seguir adelante, determinada y comprometida con el cambio (de nuestra sociedad, de nuestra cultura y de mi religión), sí. Como gran parte de ese país que es España. Pero no enfadada. Yo, mejor que gritar, mejor que insultar, cambio mi pequeño mundo, mis pequeñas historias. Y busco esa justicia heroica que defiende Pérez Reverte en cada pequeña cosa que hago. A veces lo consigo, y a veces pienso que alguien llegará y me meterá en el saco de los capullos ignorantes. Seguramente por capulla ignorante. Puede ser. Extraño que whatsapp no tenga el emoticono de capulla ignorante, pero sí el de gamba rebozada. Ideaza: Pérez Reverte debería diseñar sus propios emoticonos de Whatsapp (el villano, el héroe curtido en mil batallas, el mercenario con corazón, el periodista de la vieja escuela, de los que ya no quedan…). Se forraría.

Tan doctrinarios me parecen ciertos sectores de la carcundia nacional como la ira vengadora del señor Pérez Reverte. Me gusta que me hagan pensar, no que me digan lo que tengo que pensar y con la intensidad fanática con la que tengo que pensar.

Me encantó la Reina del Sur, y, como no soy tan inamovible en mis opiniones como Pérez Reverte, seguramente me leeré su nuevo libro sobre grafiteros. Porque, de verdad, sólo por volver a encontrar otra Tabla de Flandes, me leería del tirón sus obras completas. Incluidas las columnas.

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