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Nena: el rey ha pedido perdón. Ni más, ni menos. Y la parroquia digital que yo sigo se lanza a hacer valoraciones. Y hablan de “temple”, “grandeza”, un gesto que “engrandece al monarca”. Cómo no va a parecer la monarquía pasada de moda, si todas las palabras que se usan para hablar de ella las sacan de El Cossío. En España somos muy de engrandecer lo caduco, y así nos va. En el otro platillo de la balanza se queda el anuncio de Loewe, que se empeña en adherirse a mi memoria. Debo reconocer que en un primer momento me pareció que se me iban a caer las córneas, luego me pareció que se me iban a marchitar los oídos, y al final de la visualización del mismo llegué a la conclusión incuestionable de que me había vuelto más tonta durante los dos minutos que dura. Hay partes de mi cerebro que se niegan a salir de la fascinación. Ahora, cada vez que pienso en el anuncio de marras, me río sola en el patio. Que les hagan una serie o un reality ya.
Todo esto viene a cuento de que sé que debería escribir más. Pero es que estoy mu’ estresá. La crisis, tú.
En Etiopía también, la palabra mágica es “inversor”. Si eres inversor, te dan el duty free, el permiso de trabajo y un Perrito Piloto (creo). Y así florecen fábricas varias. Recientemente, dos unidades de mi Santa Infancia se han incorporado al mercado laboral en una fábrica de zapatos. La fábrica tiene buena pinta y manufacturan trozos de cuero cosidos para la Geox. Mi madre recientemente me compró unos Geox. “Es importante ir bien calzada”, sentenció, “y además los tiene también Telma Ortiz”. Por si lo del buen calzado no me convencía del todo. Yo siempre he tenido a la Hermanísima como referencia. De hecho, estoy a sólo una lengua de alcanzarla. Ella habla cinco y yo cuatro. Pero a ella le cuentan el catalán, que yo entiendo, pero no hablo.
El caso es que, a raíz del trabajo de mi Santa Infancia, he comprendido en toda su amplitud el argumento principal que hace que algunos inversores decidan abrir fábricas en Etiopía en vez de irse a China: aquí la mano de obra es más barata. Dieciocho eurazos al mes por más de cuarenta horas de trabajo a la semana. Con dos cojones. Por mucho que mi Santa Infancia se sitúe al final de la escala de bienestar social, teniendo en cuenta que se gastan unos diez euros ya sólo en el bus para ir a trabajar, pues no les llega ni para el alquiler. Y allí es donde entro yo, porque yo les prometí que, si encontraban un trabajo, podrían ser autosuficientes. Y al final ha resultado ser “si encontrarais un trabajo y además os prostituyerais por las noches en las calles de Kasanchis, a lo mejor podríais ser autosuficientes”. Sólo que son chicos y aquí la prostitución masculina no tiene tanto mercado.
De momento les pagamos nosotros el bus, para que al menos se puedan pagar el alquiler a final de mes. Y allí van, cosiendo los zapatos que lleva Telma Ortiz. Y que yo no sé si llevar o no, porque la verdad es que son comodísimos, y ya que los tengo… Me los voy a poner, porque tampoco es para tanto. No es como si me hubiera ido a cazar elefantes a Botswana, ¿no?