Y VENGA Y DALE…
Vuelvo hoy al tema adopción. No tengo ni idea del mismo (o poquita, en comparación con los que llevan años empapándose), sufro como una bestia (todavía no soy mamá), pero estoy poniendo mi mejor empeño en sentar cátedra. De lo que sea. Y que, si no me pongo en serio con el blog, se me va a acabar olvidando el español, y ya verás tú que follón. Podría escribir de otras cosas, pero no (quiero).
Leía en Madre de Marte el relato de una chica adoptada etíope que, ya de joven (tiene 23 años, si ella es mayor, ¿qué soy yo?), había decidido venirse a vivir aquí. De los comentarios, me ha parecido deducir que el tema “el niño/a se quiere ir a Etiopía” es de candente actualidad.
Como consuelo para las familias diré que yo jamás amenacé con cruzar ni siquiera el Ebro. Y hace ya casi una década que no vivo ni siquiera en el mismo continente que mis progenitores y mis sufridos hermanos. Que uno no amenace, no quiere decir que no le dé la ventolera y se pire. En mi futura maternidad, obviamente me parecerá más que lógico si mi hija decide vivir en Etiopía. Me parecería raro si se fuera a Islandia. En fin, para que ella pudiera volver, primero tendríamos que habernos ido. A veces me pasa, que me pongo a hacer planes con lustros de antelación.
Llendo a lo que yo verdaderamente quería contar hoy (estos días tengo la cabeza en Góndar y más allá), en los últimos años el auge del voluntariado internacional nos ha traído hasta el centro varios voluntarios de verano nacidos en Etiopía y criados en Europa o América. A veces han combinado el voluntariado con la búsqueda de su familia de origen y a veces se han limitado a las actividades propias de los voluntarios. Como eran personas distintas, los resultados y experiencias han sido distintas (últimamente, razono siempre como si estuviera hablando con alumnos de párvulos), pero, reflexionando sobre el conjunto, he encontrado algunos puntos en común a todos los chicos y chicas que han venido. Los enumero (párvulos, coged el lápiz):
. La edad: por el momento, todos han tenido entre 18 y 20 años. Es decir, en que han sido mayores para salir del país y han podido pagarse el billete de avión, se han venido a ver Etiopía. Para todos era su primera experiencia en el extranjero. De todos los países del mundo, han elegido conscientemente Etiopía, su lugar de nacimiento y, para algunos, el lugar donde habían pasado su primera infancia.
. En contra de lo que pudiera parecer, el volver a Etiopía no les ha aportado más recuerdos. Los que habían borrado completamente la parte de sus vidas que transcurrió en Etiopía (y algunos habían cumplido aquí los diez años), no recuperaron esas vivencias. Sí decían que recordaban los olores (injeera, berberé…) y ciertas sensaciones, como la del ansia de esperar a la persona que, en el orfanato, asignaba a los niños a las familias. Pero los que habían “olvidado” la lengua no la recuperaron (al menos en el mes que estuvieron) y no consiguieron tampoco recuperar recuerdos relacionados con su familia biológica. No sé si con asistencia profesional la cosa hubiera cambiado.
. Todos vinieron solos. Algunos con el apoyo emocional de sus familias adoptivas y otros no (normalmente, en estos casos, el chaval tenía, además, otros problemas con su familia adoptiva), pero ninguno ha venido acompañado ni de sus padres ni de sus hermanos. Hubo, incluso, un caso de dos hermanos biológicos, adoptados en la misma familia, pero que han venido solos en años distintos. En todos los casos, las familias se pusieron en contacto con nosotros y tuvieron a bien facilitarnos la mayor cantidad de datos posibles, incluso datos menos bonitos o situaciones difíciles. En todos los padres, hasta ahora, he podido percibir una cierta angustia, también muchas veces ligada al hecho de que tu niño/a se va a un país africano con la mochila a buscar gente que no sabe si encontrará. Lo veo lógico. Vista desde fuera, la experiencia tiene muchas papeletas para resultar frustrante y/o peligrosa.
.Para todos los que consiguieron encontrar alguien relacionado con sus familias de origen (hermanos, tíos, primos…) la experiencia, de lo que yo pude percibir, fue positiva. Nadie los asedió a peticiones ni con complejos de culpa. Para todas las familias fue una alegría ver que el niño o niña que se había ido hace años estaba bien. Algunas de estas familias, sobre todo en el caso de primos o hermanos, habían ya contactado a los chavales en Facebook. Esto, obviamente, es más fácil que pase si la adopción se produjo con el chaval ya mayorcito (la cara no le cambia tanto) y si la familia decidió dejarle su nombre etíope (y si el chaval en Facebook ha mantenido su nombre etíope y no se llama “Guerrero de la noche estrellada africana”, y tiene una foto donde se le ve la cara, y no una foto de su codo a contraluz).
. Hablando con ellos, me quedó claro que, para aquellos que mantienen amistad con otros chicos y chicas adoptados, y sobre todo para los que mantienen contacto con chicos o chicas que vivieron con ellos en el orfanato, estas amistades son importantes. Se sienten parte de ese grupo, donde son comprendidos y aceptados con todas sus contradicciones. Incluso para el hijo pre-adolescente de la Doctora, el conocer a estos voluntarios etíopes que viven en Italia le resultó fascinante, y les asediaba a preguntas: a las chicas les gusta tu pelo, si soy etíope me puedo casar con una italiana o no… como al que se lo preguntó era bastante ligón, D. se quedó contento y feliz, e incluso, cuando volvió a Italia con su familia, quiso mantener el contacto con este chico, que le sirve de referencia y depósito de dudas y consultas. Y además tenía músculos.
. El nivel de comprensión de la cultura etíope de estos chicos y chicas era exactamente igual que el de los otros voluntarios de su edad. Es decir, sabían más cosas del folclore, la historia, las etnias… pero a la hora de entender el comportamiento de la gente o ciertas dinámicas basadas en concepciones culturales, tenían las mismas dificultades que los demás. Algunos sí se definían como etíopes, otros menos. Todos eligieron vivir durante ese mes con los demás voluntarios y no con sus familias de origen. Me explico: a todos las familias les ofrecieron que se quedaran en las casas, algunos –sobre todo los que más se definían como etíopes, y los que todavía conservaban algo de amárico-, llegaron hasta a pasar algunos días con sus familias. Pero, al final, la diferencia en las condiciones de vida (y no todas las familias eran pobres pobrísimas) se les hacía demasiado dura y elegían vivir con los demás voluntarios, incluso alguno que, inicialmente, venía sólo a conocer a su familia y pensaba quedarse con ellos todo el verano, y, después de cuatro días, se puso en contacto con nosotros buscando, básicamente, alojamiento con estándar occidental.
A nivel personal, siempre me ha dado un poco de susto acoger a estos chicos y chicas, sobre todo cuando el objetivo principal de su visita es encontrar a su familia de origen, de la que no saben nada. En primer lugar –y muchos me llamarán egoísta-, el objetivo del voluntariado de verano no es encontrar a tu familia de origen. Tener una persona con ese tipo de necesidades en un grupo de más gente requiere tiempo y dedicación, y a veces no tenemos ni ese tiempo ni esa dedicación. Como idea, sugeriría a las agencias de adopción (todas tienen proyectos en el país) que montaran campos de verano para este tipo de voluntarios (incluso mezclados con voluntarios no adoptados). Para mí es difícil, además, porque no pertenezco al “ambiente” adopción (no conozco casi agencias ni sigo de cerca sus proyectos, ni sé cómo funcionaba la adopción hace diez años, ni soy investigadora privada, ni puedo ir haciendo preguntas en registros oficiales sin llamar peligrosamente la atención).
Por otro lado, considero bastante arriesgado dejarlos en mis manos –o en manos de otros voluntarios como yo-, porque soy de las que piensan que a veces no hay nada como un seguimiento profesional en ciertos momentos de tu vida. Con el tiempo, he vencido esta segunda reticencia, no porque las cosas hayan ido mejor o peor, sino porque cada vez me resulta más clara una cosa: quieren hacerlo SOLOS. Si me piden ayuda logística (que llame por teléfono o les acompañe para traducir), lo hago. Pero no suelen hacerlo. Se apañan mejor de lo que muchos pensamos. Y, muchas veces, prefieren ser acompañados por un etíope (por ejemplo, uno de los mayores de mi Santa Infancia), que por una frenji. Todos son conscientes de que se pueden pegar el hostión de su vida. Ha habido quien ha sufrido un mundo. Pero, al final, todos se han vuelto a sus vidas contentos de haber, al menos, intentado buscar a sus familias. Porque es parte de lo que son.