La pequeña G. acabó de darse cuenta de que algo no iba bien cuando su madre le estrelló una taza en la cabeza. Porque hasta en la desgracia hay grados, y la pequeña G., que es una persona bastante inteligente, sabe que una cosa es ser pobre y otra estar mal de la cabeza. El día en que la vajilla de la familia de G. voló de lado a lado de la chabola, los rumores que la madre de G. oía en su cabeza se habían transformado en alaridos.
La mamá de G. tiene un marido borracho, las ya mencionadas voces en la cabeza y cuatro hijos maravillosos que la quieren contra viento y marea. En aquellos días aciagos para la familia de G., hicimos en clase un collar de cuentas de plástico. Cuando fui a anudar el collar de G. a su cuello, se negó:
- _ Yo se lo regalo a mi madre, que ya verás que así se cura.
Tengo que decir que esta idea denota en G. una iniciativa inusual por estos lares, dado que lo más normal es confiar tus penas al tzebel (aguas benditas) y esperar que Dios resuelva lo que tú ni siquiera intentas resolver.
Al día siguiente, vino G. excepcionalmente contenta.
- _ Le dí el collar a mi madre
- _ ¿Sí?, ¿y qué te dijo?
- _ Me dijo que era gobes (algo así como buena chica), y no sabes lo mejor
- _ ¿Qué?
- _ Me dio un beso
G. no lo sabe, pero ningún niño del mundo debería poder contar los besos que le da su madre. Como esto a G. nadie se lo ha dicho, G. consideró la “operación collar de cuentas de plástico” todo un éxito. El hecho es que, fuera por el collar de plástico, fuera por la medicación que empezó a tomar, la madre de G., poco a poco (muy poco a poco) parece que vuelve a fijarse en esos cuatro pares de ojos que la escudriñan cada día para saber si la jornada vendrá mal o bien.
Lo que más llama la atención cuando uno trata con G. y sus hermanos es que son niños excepcionalmente bien educados. Si uno no conociera a la loca de su madre (dicho desde el cariño), uno pensaría que son niños educados en Eton. A mí, salvando las distancias y negando las apariencias, me recuerdan a los niños de Narnia. Sé que de vez en cuando les encantaría encontrar un armario en el que meterse.
Sin armario y sin faunos, la pequeña G. es, a pesar de estas carencias, una niña alegre y muy despierta, que está convencida de que yo curé a su madre. Yo le dije que a su madre la habían curado los médicos y Dios. Dado que médico no soy, la pequeña G. dedujo que yo soy Dios (muérete de envidia, Aída Nízar). Es lo que tiene G., que de vez en cuando te meas de la risa con ella. De las canciones que a veces le canto mientras bailamos como perturbadas, la que más le gusta es Fame. Yo canto una línea, y luego ella la repite.
Y es que la pequeña G. sonríe siempre, aguanta siempre, espera siempre. La pequeña G. no llora nunca.
Y, ¿sabes qué?, she´s gonna learn how to fly. Descarao.
A lo mejor Dios no, pero sí una buena candidata a la sicesión si un día se cansa y decide irse a vivir a Florida.
Gran historia. La esperanza de G… y de K… son muy inspiradoras.
A veces me gustaria ser niño del Tercer Mundo. Sin tener nada, lo tienen todo. Gran historia
Tu eres guay, pero Dios, y se que coinicides conmigo, es Alanis. No doubt.