I HAD A DREAM
Soñé que vivía en África. Soñé que cuidaba de cuatrocientos niños que no hacían más que repetir “Kaktus, Kaktus” con un acento muy raro que daba a mi nombre nuevos significados. Soñé que, estando yo con esos niños, llegaba un grupo de extranjeros, y querían ver el centro donde yo trabajaba, que era un centro para la Santa Infancia. Y yo veía a uno de estos extranjeros de espaldas, y pensaba “ostras, todavía hay quien lleva el peinado a lo Anasagasti”, y el señor se daba la vuelta, y era calcadito a Anasagasti. Y este señor, que tanto se parecía a Anasagasti, pero que, en buena lógica, no podía ser Anasagasti, me saludaba: _ Hola, Iñaki, encantado. Y yo flipaba, porque lo más cerca que he estado de un famoso ha sido de Sara Montiel, que coincidimos en un vuelo a Miami.
El señor, al que llamaremos Anasagasti, iba a acompañado de cuatro señoras más, que alguien decía que eran parlamentarias, y de una niña rubia muy guapa, a la que la Santa Infancia se le subía encima constantemente. Y entonces yo les explicaba a todo el grupo lo que hacíamos en el centro, los proyectos que teníamos… y parecía una persona muy segura de mi misma y muy conocedora de la realidad real de Etiopía. Y así recorríamos toda la misión, y en un cierto punto aparecía S. una de las pequeñas de la Santa Infancia, y llevaba unas gafas de sol Ray Ban que le había prestado momentáneamente Anasagasti, y que el mismo Anasagasti nos contaba que se las habían dado los del Caiga Quien Caiga. Y a mí me parecía súper raro ver a la pequeña S., con su sonrisa inmensa, su falda gris con recuerdos rosas, y las gigantescas gafas de sol Ray Ban del Caiga Quien Caiga, pero nadie a mi alrededor entendía por qué la situación era rara.
Después de un rato viendo todo, el señor que tanto, pero tanto se parecía a Anasagasti se retiraba con las otras señoras. Una de ellas me daba la mano y llevaba un tatuaje árabe en la muñeca. Y yo pensaba que, para ser de Teruel, esa señora (aunque era bastante joven) debía de haber visto mucho mundo y muchas Santas Infancias. Luego se subían a una furgoneta gris y se iban todos, Anasagasti y sus las mujeres. La Santa Infancia y yo les saludábamos con la mano, como si los fuéramos a echar de menos.
Soñé luego que me despertaba, y que trabajaba en una oficina, añorando los tiempos en los que cogía vuelos a Miami con Sara Montiel. Y me daba tanta, tanta pena trabajar en una oficina que decidía apagar el ordenador e irme a vivir a un sitio donde hubiera cientos de tipos de cubos de plástico distinto. En el sueño, no sé por qué, me gustaba el plástico cuando estaba despierta. Estando despierta, además, añoraba ser la persona del sueño que estrechaba la mano de un señor igualito que Anasagasti, y que le mostraba la vida más allá de la margen izquierda.
Al final, decidía dormirme para volver a soñar con niños de risas inacabables.