NOCHE DE FIESTA (Y 3)
En la pediatría encontramos un nuevo doctor que parece bastante enfadado por el hecho de que M. tenga trece años. Nos dice, en cualquier caso, que llamará al cirujano. Nos cierra la puerta de la consulta en las narices. Cuando la vuelve a abrir, nos comunica que M. no será operado antes de las seis de la mañana, por lo que podemos irnos. Antes de esa hora, dice, no habrá material para la operación. Después de esa hora, dice, tampoco puede garantizar nada. Las enfermeras nos miran con lágrimas en los ojos. La Doctora me llama por teléfono por enésima vez -ha estado siguiendo nuestro periplo a distancia toda la noche- y me dice que tenemos que conseguir que le pongan suero y antibióticos para ganar algo de tiempo. Pedimos esos cuidados, y el doctor nos dice que tenemos que irnos, que no podemos pasar allí la noche. Nos ofrecemos a llevar el material necesario, y el doctor nos dice que no aceptan material de fuera. Las enfermeras nos dicen que no vamos a conseguir nada, que M. no aguantará hasta la mañana, y que lo mejor que podemos hacer es probar suerte en otro lado. Sólo que ni siquiera ellas mismas saben decirnos dónde podemos probar, y el tiempo se nos acaba.
La abuela de M. apuesta por tirar la toalla. “Habéis hecho ya bastante”, me dice, “vámonos a casa. No quiero que muera aquí”. No puedo prometerle que no se va a morir porque, francamente, empiezo a dudarlo un bastante.
Vuelvo corriendo sola a las emergencias generales, donde les cuesta creer que no vayan a operarlo inmediatamente. No pueden hacer nada en contra de la opinión del cirujano. Me preguntan que qué pensamos hacer.
_ Probaremos en la B. Clinic
_ Sí, buena idea, allí tienen servicio de Emergency
_ También aquí hay servicio de Emergency. Dos. Y otro en el Kedus Paolos. Y dos más en el Black Lyon. I’m so fed up about emergencies.
_ Lo sentimos. Good luck.
La gente que espera en la pediatría nos ayuda a montar a M. en la parte trasera del coche. Sigue vomitando.
Llegamos a la B. Clinic. Es un centro privado. Como allí no hay distinción entre urgencias pediátricas y generales, no tenemos problemas. Llaman al cirujano de guardia (que está en su casa) y nos dicen que lo operarán por la mañana. Que, para pasar la noche, le pondrán suero y antibióticos. Nos garantizan que aguantará. Hasta que llegan los resultados de los análisis de sangre.
Vuelven a llamar al cirujano, que llega en media hora. A la una de la mañana lo operan. A las dos sale del quirófano. El cirujano nos explica que el apéndice estaba ya todo infectado, pero todavía sin perforar, por lo que no ha sido demasiado complicado. La operación nos ha costado lo que media lavadora (aquí el sector lavadoras tiene unos precios bastante europeos). Nosotros podemos pagar.
Abba Libreto y yo decidimos volver al Yekatit para dar las gracias a las enfermeras que tan bien nos habían tratado, y para decirles que la aventura termina bien. Se emocionan un montón por el gesto. Llegamos a casa a las tres menos cuarto.
A las siete y media me despierto llorando. No me despierto y lloro. Abro los ojos, y los tengo llenos de lágrimas. Lloro un rato, no sé muy bien por qué. Me levanto, me ducho y voy al centro. Hace un día precioso. Poco a poco, el sol y los niños me despiertan de la pesadilla. Salgo del cubo, de la oscuridad de ese patio, de los pasillos del cuartel sanitario. Consigo, por primera vez en muchas horas, levantar los hombros, estirar los brazos, mirar arriba. Me sacudo el frío y me alegro de estar viva. De que todos estemos vivos.