Llegamos al Yekatit, ubicado en un edificio que resume a la perfección el aire decididamente vintage que rodea a la sanidad pública etíope: todo parece recuperado directamente de principios del siglo pasado. El Yekatit, concretamente, parece un cuartel abandonado hace varias décadas, en el que un grupo de personas hubiera tratado de establecer, sin conseguirlo del todo, un hospital. Aroma de cotolengo y memoria de leprosería. Lo pilla el Vogue como localización y se soluciona un especial otoño-invierno.
Son ya las diez de la noche. M. ha comenzado a vomitar con bastante frecuencia. Sigue caminando, aunque cada vez habla menos. El guardián de la puerta nos indica que, dada la edad del paciente, nuestro sitio son las emergencias pediátricas.
Llegamos allí y sacamos la card. Acude el doctor.
_ ¿Por qué está aquí? Tiene trece años. La pediatría llega hasta los doce.
Mierda, mierda y cien mil veces mierda.
Abba Libreto se hace el simpático con las enfermeras y éstas, a su vez, con el doctor, que accede, al menos, a hacer los análisis pertinentes. Sangre y orina. Recogemos la muestra de orina en un baño con la luz fundida. M. mea mientras yo le alumbro con el móvil. Maravillas de la tecnología.
Volvemos a la consulta y las enfermeras llaman por teléfono al doctor, que ha aprovechado para ir a cenar. El doctor informa de que no tiene ninguna intención de llevar nuestro caso y que debemos acudir a las urgencias generales del mismo hospital. Las enfermeras le hacen notar que en la pared -tal y como le habían mostrado antes- hay un aviso que dice que las emergencias pediátricas cubren hasta los quince años. El doctor replica -siempre por teléfono- que él no ha sido informado de ese aviso.
Cruzamos el patio totalmente sumido en la oscuridad. Paramos dos veces a vomitar. Llegamos a las urgencias generales. La doctora y el enfermero de guardia nos informan de que nos hemos equivocado: con los trece años de M., nuestro sitio es la pediatría. Les explicamos nuestro largo periplo por pediatrías y general emergencies. La doctora se solidariza -entendemos que no es la primera vez que le pasa algo así- y nos dice que va a llamar al doctor que nos ha enviado erróneamente allí. Mientras esperamos a que vuelva, el enfermero nos dice que nos tranquilicemos, que el ala de cirugía es la misma para todos, que sólo están decidiendo quién lo envía a cirugía y que hay camas suficientes.
M. ya no puede estar de pie, y el enfermero le deja tumbarse en una cama. M. dice que le duele mucho más que antes, y quiere llorar y no puede porque está completamente deshidratado. Su abuela y yo, cogidas de la mano, rezamos cada una al Dios que mejor nos parece.
Vuelve la doctora, y nos dice que tenemos que volver a cruzar el patio en dirección a la pediatría. Que de allí nos mandarán a cirugía. Que si tienen alguna duda en pediatría, pueden llamar por línea interna, pero que no tenemos que volver allí. Como M. no puede levantarse, nos dejan una camilla con ruedas. Cruzamos el patio los cuatro: M., su abuela, Abba Libreto y yo. Tengo la sensación de estar en Cube: saltamos de un cubo al otro, cada uno es peor que el anterior, y los miembros más frágiles de nuestro equipo cada vez están más débiles. Es como una pesadilla: hace un frío que pela (le he dejado mi jersey a M. y voy en camiseta y pantalón pirata), y sumidos en la oscuridad empujamos una camilla de hierro por un patio sembrado de escombros. Sólo que no conseguimos despertarnos.
(continuará…)
Sigo viendo a Kafka en Etiopía.
Y sigo impresionado.
Joer cari, que paciencia tienes, yo creo que ya habría asesinado a algún pediatra.
…»lo pilla el Vogue y se soluciona un especial de otoño-invierno…» por Dior qué frase! Cuándo sacarán la serie basada en tus experiencias místicas!