DIARIO DE KAKTUS JONES (2)
DIARIO DE KAKTUS JONES (2)
Querido diario:
He vuelto a intentar criar pollos. Cuando les conté a la Santa Infancia mis vicisitudes con mis pollos de Debre Zeit, me dijeron que ellos me buscarían otros pollos en los que volcar mis instintos de crianza. Así, al rato vino A. (14 años) a hacerme partícipe de la pequeña actividad empresarial en la que se hallaba inmerso: con lo que le damos por su trabajo en el huerto cada semana, se había comprado una gallina, que había juntado con el gallo de un vecino, y que le había procreado seis polluelos. Que si quería me daba dos. Toma, claro que quiero. Oportunidades así se presentan una vez en la vida.
Pero A. es una persona de mente fría y analítica, y decidió que, visto el éxito de mi experiencia precedente en el sector, sólo me daría los pollos cuando los juzgara bastante desarrollados como para separarlos de su mamá gallina y ser capaces de sobrevivir junto a mí. Mientras tanto, él me construiría en el jardín una cómoda casa en las que nuestros pollos conjuntos pudieran crecer felices y contentos. Coco guagua coco guagua, coloco guá. Yo ya le dije que, si he sido capaz de criarlo a él durante cinco años, me siento bastante preparada para criar dos pollos. Pero él nada, que no se fiaba.
El caso es que hace un par de días vino a verme a las siete y media de la mañana un poco alterado. Un gato se le había comido cuatro de los pollos.
_ Y dónde los tenías
_ En casa, debajo de la cama, para que no pasaran frío- me repuso.
A pesar de las precauciones, un gato se había infiltrado en la chabola y se había zampado cuatro de los pequeñuelos. Esta circunstancia, según A., precipitaba nuestro plan: por mal que fuera, los pollos estarían mejor conmigo.
_ Y dónde los meto –le pregunté
_ Pues dónde los vas a meter, debajo de tu cama
Hasta yo me doy cuenta de que a veces hago preguntas bastante tontas. Como imaginarás, querido diario, la perspectiva de tener pollos picoteando y cagando debajo de mi cama me llenaba de gozo.
Al final, acordamos que durante los primeros días estarían bien en una caja en el balcón. Y así, después del cole, se fue a su casa y me trajo los dos pollos, uno marrón y otro amarillo. Me explicó que el marrón se portaba mal y que el amarillo bien. Y que el marrón piaba un montón. “Como tener tu propia música”, exaltó. Comenzó a instruirme sobre los rudimentos de la cría de pollos:
_ El agua, dásela sólo por la mañana, nunca por la noche.
_ ¿Por qué?
_ Porque hay que dársela por la mañana, nunca por la noche
_ Anda, como a los Gremlins
_ ¿Estás poniendo atención o no?
_ …
Y así se quedaron los pollos tranquilos en su cajita, con paja, en el cuarto de la lavadora. Sin agua, eso sí, porque ya era de noche.
Al día siguiente, cuando fui a controlar los pollos, me los encontré panza arriba. Se ve que, a pesar de las sucesivas capas de protección, les había podido el frío. O eso dijo A. Pa mí que se habían muerto de sed.
El caso es que A. se ha quedado un poco chafado por el poco éxito cosechado en su iniciativa como criador de gallináceas. En cualquier caso, dice que me quiere traer también la gallina, porque el gato le tiene el ojo echado. El gato le tiene gato a la gallina. Ja, ja. Yo no sé. Parezco el Rey Midas de la Muerte entre las aves de corral.
Y nada más.
Hasta mañana:
Kaktus