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Archive for the ‘Adopción’ Category

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Abr 30

COLE

He ido hoy a buscar las notas al cole de mi Nena. Sí, a mi Nena la califican. Numericamente. Y le hacen exámenes. Y tiene tres cuadernos: uno para inglés, otro para amárico y otro para matemáticas.

La cartilla de notas estaba bastante bien: en teoría tendrían que evaluar aptitudes como el compartir juguetes, la concentración, la memoria, la capacidad de seguir instrucciones… sólo que en todas esas casillas las maestras pusieron el mismo número. Un número basado únicamente en la capacidad de leer y escribir de mi Nena, que en este momento es nula. Y así, nos han cascado un 50 sobre 100 en todas las “materias”, menos en deporte, que le han puesto 100, y en “honestidad”, que también les han puesto 100 a todos los niños. Creo que puede ayudar a entender la situación el contar que mi Nena tiene tres años y medio, que hace el equivalente a Primero de Infantil, y que creo que fue la niña con las notas más bajas de toda la clase (los demás tenían entre 70 y 90). Los cuadernos se notaba descaradamente que se los rellenan las maestras. Mi Nena no podría dibujar un “8” ni borracha. Tampoco sé por qué se los rellenan: yo ya sé que no sabe escribir.

Y este es el quid de la questión: quiero decir, yo no me preocupo. Me limito a pensar que mi Nena no está echa para el sistema educativo infantil etíope (o viceversa), que es todavía pronto para saber leer y escribir, y que los demás niños son algo más mayores que ella (algunos hasta dos años más mayores que ella, aquí cada quien empieza Infantil cuando se acuerda de empezarlo). Pero, dando vueltas al tema, me veo un poco como esas madres que mantienen contra viento y marea que sus hijos son normales, que sólo necesitan tiempo… y luego al final se encuentran con un marrón enorme porque el niño realmente tenía problemas y no se buscó la ayuda a tiempo. Aparte de que ignorar todo lo que me dicen en la escuela –básicamente que la niña se porta/reprime mega bien, juega normalmente, canta como un ruiseñor, pero no es capaz de hacer ningún ejercicio escrito- me parece un poco heavy. Quiero decir: si no tomo en cuenta nada de lo que me dicen las maestras, ¿por qué la mando al cole? Por socializar, me repito. Para que juegue, me repito. Según las maestras tendría que trabajar con ella en casa por lo menos una hora todas las tardes. Ya he dicho que tiene tres años y medio. Pasamos una hora todas las tardes en los columpios, y no sé si está dispuesta a cambiar columpios o juegos en la calle en el barrio por una hora de desarrollo de destrezas escritas. En el hipotético caso de que yo realmente fuera capaz de enseñarle destrezas escritas. O de que ese tipo de enseñanza se llamara “destrezas escritas”, que creo que me lo he inventado.

Y en el fondo me preocupa, porque no es que vea a la Nena “un poquitín” por detrás. Es que está a años luz de alcanzar el nivel que piden. Cuando le preguntas si sabe escribir, te responde “sí, sé escribir el cero”. Y te casca un cero que es un gozo. En los días inspirados, le dibuja rayos y lo convierte en un sol.

Y tampoco es tan indiferente a mi preocupación el hecho de que las niñas de mis Señoras Vulnerables analfabetas sí han sacado 80s y 90s. Y la Nena de la frenji… la última de la clase. Con Einstein, me consuelo, mientras rezo para que niña, al menos me aprenda cinco letras en amárico de aquí a final de curso. Así sólo le quedarán doscientas sesenta para el año que viene.

 

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Ago 06

NEGUER GUEN

Hace ya un tiempo, en ese foro de reflexión que es Madre de Marte, alguien lanzaba al aire la cuestión sobre el control y/o fomento de la natalidad que realizan proyectos católicos. Un tema tan estupendo como cualquier otro.

En nuestro proyecto, siempre comenzamos a hablar del tema diciendo “todos los niños son un regalo de Dios”, y luego, obviamente, nos lanzamos al “pero” (neguer guen, en amárico). Les sugerimos que, visto que el período previsto en el proyecto es de sólo un año, reservarse ese año para ellas. Es decir, evitar embarazos durante ese año (y si esperan otro más, mejor) para asegurarse de que retoman su vida con capacidades plenas. Como todo, esta es la teoría. En la práctica, siempre tenemos alguna embarazada, y allí, dependiendo de la situación (si tienen marido o no, fundamentalmente), se les apoya de un modo u otro.

Las Señoras Vulnerables utilizan mayormente las inyecciones anticonceptivas, que tomamos como el menor de los males posibles. Obviamente, no les protegen contra el Sida. Así, cuando alguna le sale el número en la rifa, la actitud más frecuente es cerrar los ojos fuerte fuerte y desear que, cuando los abras, el dinosaurio ya no esté allí. O sea, esperar a ver si te curas. Hay una Señora Vulnerable que, cuando le recordé que su nena S. necesita urgentemente empezar la medicación, me contestó que la nena sólo necesita tiempo. Y miel por las mañanas, que tiene muchas vitaminas. “Le estoy dando miel. Se pondrá bien”. Pos va a ser que no.

Las inyecciones, como digo, presentan sus problemas y carencias. En mi modesto entender, a veces se pasan con las hormonas. Hay señoras que lloran durante días así, sin saber por qué. Y que a las Señoras Vulnerables se les olvida que hay que volvérsela a dar cada cierto tiempo. Y que tienen una fertilidad a prueba de bombas.

Como se puede imaginar, en esta proliferación de embarazos sorpresa, a veces hay quien intenta salir del problema tolo tolo (deprisa) y decide abortar. En Etiopía trabaja la ONG internacional Marie Stopes que centra sus actividades en lo que definen como “family planning” y que en la práctica se limita bastante a los abortos. Además, desde –creo- 2008, el aborto es legal hasta las 22 semanas en todos los supuestos, por lo que incluso en los hospitales públicos se realizan sin problemas.

Como al final todo lo que nos puede pasar nos pasa, un día llegó una Señora Vulnerable con un recibo médico de un aborto, pidiendo el reembolso de gastos médicos que todas las señoras reciben durante su estancia en nuestro proyecto. Hubiera sido su cuarto hijo. Tiene marido de esos que son como una ola: van y vienen. ¿La inyección? Se le pasó la cita. Se le pasó tres meses.

Delante del papelillo del hospital, tuvimos que decidir así, en dos patadas, la postura de nuestro proyecto en relación al aborto voluntario y no forzado por circunstancias médicas. Sólo que en aquel momento me di cuenta de que, para mí, no había tanto que decidir. No se lo iba a pagar. No podía pagárselo.

En primer lugar, porque es un procedimiento médico electivo. No redunda en un bien para su salud. No redunda en una mejora de las condiciones de salud de nadie. Desde un punto de vista formal, podría ser una rinoplastia. Tú eliges hacértelo por cuestiones personales y/o sociales.

Segunda cuestión: no es tan caro. Estamos hablando de 250 – 300 birr. Has hecho una cagada (te has olvidado de las inyecciones), somos todos adultos, asume tu responsabilidad, arregla como te parezca el follón en el que te has metido. Pero, cari, del tamaño del sapo tiene que ser la pedrada. A gran cagada, gran responsabilidad. Si cuando no fuiste a darte la inyección no me lo contaste, si cuando descubriste el embarazo y decidiste abortar no me lo contaste… no me puedes pedir que te reembolse la responsabilidad de una decisión que tomaste completamente sola. No puedes tampoco escudarte en el consabido “no me hubieras dejado abortar”. Sí te hubiera dejado. Pero no te lo hubiera pagado. Tampoco sirve “qué podía hacer yo”. Podías tener el niño. Te hubiéramos apoyado, como ya hemos hecho con otras. Podías dar Vida.

Así se lo dije a la señora, y así se quedó la cuestión. No le conté el argumento más importante, porque era –entendí- demasiado personal. No puedo pagar abortos de las Señoras Vulnerables porque no podría vivir con la idea de tener que dar gracias porque la madre de mi hija jamás encontró un proyecto como el mío. La madre de mi hija no abortó. Cómo puedo impedir que otros niños, otras familias, vivan. Cómo puedo oponerme a que tengan la misma suerte que mi Nena y yo. No puedo. Y no lo hago.

 

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Ago 02

IDEAS SIN RUMBO… (2)

Post Anterior: ideas ¿sin rumbo?

Un día fuimos a visitar a una ex Señora Vulnerable. Pasábamos por la puerta de su casa, y mi compañera de trabajo me pidió que entráramos, porque había parido hace poco. La nueva nena, que se llama igual que mi Nena, tiene un mes. “En cuanto pueda, se la doy a alguien”. Los dos hijos mayores de los seis que ya tiene esta señora están ya con otra familia en Addis. Familia de la que la señora sabe poco o nada. Supongo que volverá a saber cuando echen a sus hijos de casa.

Al poco de mi llegada el proyecto, una Señora Vulnerable abandonó a sus cuatro hijos. Vació la casa donde vivían, quemó el colchón infestado de chinches, los dejó a cargo de distintos vecinos sin dar muchas explicaciones, y se piró diciendo que se iba a los países árabes para no volver más. La llamamos por teléfono varias veces, suplicándole que volviera, hasta que empezó a no responder. O a colgarnos en cuanto escuchaba la voz de sus hijos. “Es la línea, que se ha cortado”, les decíamos.

En aquella tesitura, me dirigí a los servicios sociales de la ciudad. Los niños eran dos chicos de 13 y 11 años, ya con experiencias de vida en la calle, y dos niñas de cuatro y siete. Mi plan de acción: internar a los chicos en un proyecto y dar a las niñas en adopción. El plan de acción de los servicios sociales: esperar a que volviera la madre. “Ya no hay adopciones”, me dijeron. “Mentira podrida”, les dije yo. “Si no vuelve su madre, nos cogemos uno cada trabajador de esta oficina en nuestra casa”. Propuesta del siglo. “No necesitan un sitio donde dormir”, les contesté, “ya tienen un sitio donde dormir. Necesitan una madre”.

La señora volvió al cabo de cinco meses porque los de la inmigración ilegal la dejaron tirada en Addis Abeba. Llamamos a los Servicios Sociales para establecer un plan de reunificación de la familia. La madre se rebotó y los Servicios Sociales la metieron una noche en la cárcel. Lo juro. Su counselling: “si vuelves a abandonar a tus hijos, te volvemos a meter en la cárcel”. Flipa.

Tres meses después, los dos niños mayores están en la calle. Uno en Zway, otro en Addis. A las dos niñas se les ha pasado la fecha de inscribirse en el colegio, por lo que tendremos que pedir varios favores si queremos que se escolaricen con normalidad. Y pagarles todo porque el exiguo sueldo que su madre recibe a cambio de trabajar en los invernaderos apenas le da para pagar los múltiples préstamos que pidió para su viaje de la desesperanza. Han dejado de odiarla, o al menos en vez de odiarla abiertamente la ignoran pacíficamente. Siguen viniendo a mis brazos y pidiéndome que las acune como si fueran bebés de seis meses.

Leemos constantemente que ya no hay niños adoptables. Etiopía se declara públicamente capaz de atender a todos sus menores. Todo mentiras podridas. Lo que no hay son Servicios Sociales capaces de detectar situaciones reales de abandono y/o negligencia, con capacidad para retirar niños de sus familias, sea de manera temporal o permanente, y darles el apoyo que realmente necesitan. Pero que hay niños sin familias, niños abandonados, niños no queridos, niños desatendidos… los hay y son Legión.

Dice el gobierno que la adopción internacional da una imagen de pobreza del país. Al parecer, la lepra, la creciente presencia de niños de la calle, no sólo en Addis, sino también en ciudades pequeñas como la nuestra, y los niños constantemente desatendidos, no. Al parecer, la mentalidad que identifica “familia” con “lugar para dormir” es una mentalidad súper desarrollada.

En todas estas cosas pienso yo cuando veo a las dos hijas de la señora viajera, a la bebé que su madre quiere regalar. A la niña S., cuya madre le niega los antirretrovirales porque no quiere que nadie sepa que tiene Sida. Y tengo la certeza de que estarían mejor en otra parte. Y ese eslogan que dicen “siempre, siempre, lo mejor es la madre biológica” se me agrieta en la cabeza y en el alma. Porque todos tenemos la imagen de unas madres biológicas forzadas por las circunstancias, que con todo el dolor de su corazón abandonan a sus hijos para darles una vida mejor. Y no siempre es así. A veces, aun pudiendo recuperar a los hijos que mandaron como siervos a los nueve años, las Señoras Vulnerables eligen comprarse un televisor. A veces la circunstancia de no haber elegido ser madres, de haberlo sido a la fuerza, oscurece todo lo demás, nubla todo lo bueno que pueda tener una maternidad. Y en algunos casos son situaciones que no tienen salida, que no mejorarán jamás, con ningún tipo de asistencia. Son situaciones que sólo pueden traducirse en un sufrimiento para el menor.

Como digo, yo tenía claro que un niño siempre tiene que permanecer con su familia biológica, salvo en casos extremos de riesgo para el menor. Ahora me doy cuenta que entre el riesgo físico de muerte inminente y la satisfacción apropiada de las necesidades físicas y emocionales de un niño hay toda una gama de situaciones a medio camino que normalmente producen niños emocionalmente heridos y profundamente rotos. Y no tiene tanto que ver con el nivel económico de las madres, sino más bien con el background cultural y vital de estas señoras. Hay Señoras Vulnerables que adoran a sus niños, seguramente porque ellas también fueron niñas queridas. No son todas, y hay días en los que pienso que no son ni siquiera la mayoría.

Dicen que salen miles de niños cada año. Deberían salir millones.

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Dic 05

LA OTRA CARA

Si ustedes han leído mis anteriores posts sobre nuestra vida en el gueter, estarán ya al tanto de la fascinante adaptación de mi Nena, que se está criando cien por cien etíope (a veces, más de lo que me gustaría). Si los leen atentamente (¡anímense!), verán que siempre me he referido a momentos en que la Nena y yo estábamos en casa o a momentos en que la Nena está con otras personas etíopes. Esa es la parte bonita. La otra cara, lo que se nos hace más duro, es salir a la calle juntas. Sí, algo tan normal como salir a comprar o a dar una vuelta, se nos transforma en una gimkana a prueba de nervios.

En el barrio donde vivíamos en Addis, la gente a mí me tenía más vista que el tebeo. La llegada y la presencia de la Nena despertaba comentarios amables en un noventa por ciento de los casos. Los primeros días incluso hubo gente que vino a felicitarnos a casa con regalos. De esas primeras semanas nos ha quedado un guardarropa tradicional de lo más variado.

Aquí no. Aquí yo soy nueva, la Nena también, y las dos juntas más. Al principio fue muy duro. No exagero si digo que se paralizaba la vida en torno a nosotras. La gente salía de las tiendas para vernos pasar. Los carros se paraban, la gente se daba codazos, se levantaba de los puestecillos de té para vernos… Y lo peor es que, de cada cinco personas que nos cruzábamos, tres sentían la imperiosa necesidad de hacernos saber su opinión. A veces a gritos, a veces observaciones hechas con el convencimiento de que no podíamos entenderlos. Sólo que sí los entendemos. Y la mitad eran agradables, y hasta graciosos, pero la otra mitad no. La otra mitad eran crueles.

Salir de casa y que en los primeros diez metros otras tantas personas te recuerden que “esa no es tu hija” es, honestamente, un calvario. “No la has parido” (¿en serio?, no jodas), “ella es abeshá y tú no” (nueva constatación de la evidencia), “de dónde la has sacado”, “a quién se la has robado”, “quién te la ha vendido”… suma y sigue. Los primeros quince, los aguantas. Hasta finges no escucharlos. Como un pedo que se tira alguien que tienes al lado o como las palabras que la gente ha buscado en Google para llegar a ti. Algo externo, de alguna manera vinculado a ti, pero que en lo que no puedes influir. Luego, te hartas y contestas:

_ ¿De quién es la niña?– preguntado por un macarra de unos veinte años

_ Tuya. ¿Con quién estabas hace dos años?

_ ¿De quién es la niña? ¿A quién se la has robado? – otro joven aspirante a detective

_ No la he robado. Me la vendió tu madre. Cabrón.

Ha habido otros graciosos, como un señor que nos dijo “¡anda! Mirinda y Coca”. La Nena se lanzó a gritar Mirinda, porque le gusta mucho, a pesar de que le aclaré que mucho me temía que ella era la Coca. Y luego los consabidos “God bless you”, como si no te hubiera bendecido ya, o como si debiera bendecirte por adoptar, o como si adoptaras por compasión. Hubo un señor que, entre lágrimas, hasta me dio las gracias en nombre de toda Etiopía. Los hay que se erigen en embajadores de las cosas más extrañas.

Lejos de desanimarme, no he reducido un ápice la frecuencia de nuestros paseos, y me refugio en los números. Si esta ciudad tiene veinte mil habitantes, calculando que aproximadamente la mitad nos tengan que decir algo, y a un ritmo de unas cincuenta opiniones por paseo (paseo estándar de una hora; más opiniones en menos tiempo si es día de mercado), me costará unos doscientos paseos, pero, al final, toda la ciudad habrá expresado sus opiniones sobre el complicado tema de la adopción. Para entonces, espero, nos dejarán en paz. Calculo un año (paseamos mucho). Como de momento la Nena no parece entender mucho, pues me fío de eso. Es verdad que sale de casa mucho más contenta con la niñera que conmigo. Y es verdad que la niñera sale mucho más contenta de casa si no voy yo con ellas. Además, no sé por qué, he observado que la frecuencia de estos comentarios se incrementa alarmantemente si vamos las dos solas, o si la llevo con el pañuelo a la espalda (al principio, inocente de mí, pensé que parecer más “africanas” nos ahorraría comentarios). Si vamos con más gente, especialmente si vamos con el otro voluntario (chico) que vive con nosotras, me da la impresión de que nos gritan menos.

Luego, en el día a día, con la gente con la que tengo oportunidad de hablar, sí que creo que estamos contribuyendo a normalizar la adopción transracial. Digo transracial porque realmente ahora vivimos en la región de Oromia, y la palabra que se usa legalmente para designar la adopción es oromo (gudeficha). Aparentemente, en esta región se producen muchos abandonos y es común que las familias críen hijos que no son biológicamente suyos, por lo que en teoría el concepto de adopción no debería ser extraño. Es verdad que, al igual que en amárico estricto (miasadeg), este gudeficha oromo no quiere decir realmente adopción, sino “hacer crecer”. En amárico no se habla de padres adoptivos sino de gente “que te crece” (que te cría). Como la mayoría de padres adoptivos estarán pensando, falta un matiz. No estamos haciendo crecer a nadie. Son nuestros hijos. De verdad. No son hijos de vecinos muertos que acogemos de buena voluntad, pero con los que no nos vinculamos legalmente, que a lo mejor hasta los queremos, pero siempre menos que a nuestros hijos biológicos. Esa es la parte que en Etiopía cuesta hacer entender. No lo hacemos por pena, ni por ayudar, ni para ser mejores personas. Lo hacemos porque queremos ser padres. Y son nuestros hijos. Sin fecha de caducidad. Sin posibilidad de escape.

Tengo que decir que con los días, la cosa mejora. A veces realmente sólo nos saludan. El mercado que se celebra dos días por semana, con alta afluencia de gente que viene de pueblos cercanos, todavía se nos resiste, pero en los paseos normales ya hay gente que nos reconoce. En el mercado, normalmente, las señoras que venden sólo hacen bromas, o te preguntan si es tuya, y tú les dices “sí, es mía”, y entonces me contestan “pues es bien guapa”. Y de esto hablaré otro día: la Nena, al parecer, es verdaderamente guapa.

 

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Nov 26

WORK IN PROGRESS

Aquí seguimos, de crianza en el gueter. Yo sé que más de uno me envidia, o, al menos, envidia a mi Nena, por esa oportunidad que me cuesta tantos supiros de crecer en su cultura y con su gente. Como ya expliqué, mi Nena cada mañana marcha al recinto donde vive la niñera, y se pasa las horas allí. No he encontrado guardería.

A las pocas semanas, intrigada, le pregunté a la niñera si podía ir un día a verla. Me contestó invitándome a tomar café un domingo por la mañana, junto a la familia que antes ocupaba el puesto que nosotras ocupamos ahora.

El recinto es un cuadrado de arena y piedras bastante amplio, circundado por casas de barro no demasiado desastradas. Mejor de lo que pensaba. Peor de lo que supongo recomiendan las revistas de temática familiar.

Lo más llamativo, era el cambio de conducta de la Nena en ese ambiente. Lejos de ser la Nena caótica y desordenada que es cuando está conmigo, allí se sentó con los demás niños alrededor del plato de injeera y comía shiro wot a las diez de la mañana con precisión y orden ejemplares. Acabado el plato, los tres niños hicieron la fila y se lavaron las manos, la cara y los pies. Siempre con una mano, como hacen los etíopes (en la otra mano aguantas la jarra para echarse el agua). Ni un grito, ni una voz. Si cuando yo le doy de comer, a nada que la comida esté caliente se lanza desaforada a gritar “¡¡¡¡quema, quema!!!” que parece que la estén quemando viva, allí apenas hizo una mueca mientras se bebía el té todavía humeante. Hasta levantaba el dedo meñique. Entiéndase que yo he dejado de ir a Misa porque me avergüenzo de mis habilidades como madre desde que la Nena se echó por encima los cacillos con el agua bendita de la entrada, entre gritos con mucha más alegría de la que me hubiera gustado para un momento tan serio como es la Consagración, para pasmo de todos los niños etíopes de su edad, que aguantan sin pestañear las dos horas de celebración. De ahí mi asombro ante esa niña que decía gracias y que, cuando llegamos, saludó educadamente casa por casa, llamando a todos sus ocupantes por nombre de pila.

Con resignación, pronuncié el diagnóstico: “decididamente, la Nena es más feliz aquí”. Mientras mis amigos me consolaban, una de las señoras, pensando que el poema de mi cara era porque estaba preocupada, me dijo ”no te preocupes. La cuidamos bien. Es nuestra niña”. Ya te digo.

Al final decidí abrazar el lado positivo del tema, que es que mi Nena va a una guardería informal donde aprende un montón de cosas todos los días. Y además me la devuelven con el pelo trenzado.

Algunos días después de la visita, la niñera decidió que teníamos que quitar el pañal a la Nena. La otra nena de su edad que vive en el recinto estaba también en pleno potty training etíope y la niñera decidió que mi Nena seguiría el modelo estándar: cada media hora, los mayores mandan a los pequeños a cagar (literalmente). Los nenes se acuclillan en círculo y están así hasta que han producido lo que tengan que producir. Tengo que decir que ha funcionado. Diez días más tarde, el pipí lo tenemos dominado. La caca, menos. Lo que no tenemos dominado es el concepto “váter”. Cuando tiene ganas, la Nena simplemente busca el lugar más próximo con hierba, se baja los pantalones, se acuclilla y mea. A mí no me parecía mal. Está graciosa, acuclilladita en mitad de la calle. Hasta que el otro día, finalizado el pipí, cogió una hojita del suelo y se limpió el culete con gran destreza. Muerta quedé. Cuando, minutos más tarde, usó otra hoja para limpiarse los mocos, decidí que tenía que poner freno a la crianza africana. Me la imaginaba en el baño de un Bachiller español preguntando a sus amigas con piercings dónde estaban las hojas para limpiarse el culo. O sacándose los mocos con la mano en el after y tirándolos al suelo o estampándolos en la pared, que es otra cosa muy etíope que también hace con alegría flamenca.

La Nena, qué duda cabe, será un cruce de culturas. Esperemos sólo que no sea un atasco. O una colisión.

prueben ustedes a adivinar quién es la Nena

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Jun 30

MONITORING AND EVALUATION

Viviendo en África, el modelo en el que estoy criando a la Nena se aproxima más al que en Europa se conoce como “crianza con apego”. El modelo, como la mayoría de cosas en mi vida, no lo he elegido yo. Lo ha elegido toda la gente que me rodea y que constituyen el día a día de la Nena. A continuación, evaluación de lo súper bien que nos va con algunos aspectos de lo que yo supongo que es el modelo estándar (no sé si lo de la tribu está en los libros o no…)

. El porteo. En Europa la gente se piensa que llevar a los niños a la espalda es una cosa súper fácil y súper natural, con sólo ventajas (te deja las manos libres, el niño va tranquilo y permanente dormido…). Ya.

Normalmente las señoras africanas con niño a la espalda las vemos en fotos. Si las viéramos en vídeo, nos daríamos cuenta de que esa naturalidad serena y relajada la mantienen sólo los cinco segundos de la foto. Las señoras africanas con niño a la espalda no paran quietas e, incluso ellas, que lo llevan en los genes, se pasan la vida recolocandose niño y pañuelos varios constantemente. Un sin vivir.

En mi caso específico, porteo como las locas porque con nuestras calles irregulares el carrito sirve más bien poco. Esto es, porteo porque no me queda otra. Pero la llevo en brazos normalmente. Como buena frenji viviendo en África, he probado en varias ocasiones a llevarla a la espalda, con diferentes grados de fracaso. La niña está inquieta porque tiene la sensación de que se cae (no es sensación. Se cae), y aún se mueve más. Es verdad que cuando se la pone la niñera va mucho más tranquila, pero es verdad que tampoco es que la niñera pueda hacer punto de cruz durante horas con la niña a la espalda porque irle mirando a alguien la coronilla todo el rato, incluso para un niño de año y medio, es un coñazo.

. La crianza en tribu. La Nena ha aprendido a decir mamá en un plis plás. De hecho, me lo llama a mí y a media docena de señoras más. La única diferencia que marca es que, dado que conmigo se suele portar peor, supongo que es porque me considera ya familia. Como se habrá ya intuído, nuestra tribu es amplia como el mundo. Sólo que cada miembro de la tribu se considera más capacitado que los demás para orientar el crecimiento de la Nena. Y así, aunque yo diga que de picante nada, siempre hay quien, de tapadillo, me la llena de shiro wot. Y aunque yo diga que todavía no traga bien, como el resto de la tribu jamás ha conocido a nadie que se haya afixiado con palomitas, allí que van. Y además, como tiene esa sonrisa tan mona, pues puede hacer un poco lo que le salga de los webs (pegar a otros niños, quitarles las galletas, pisarle la cola a los perros, abrir la llave del gas…) porque “es tan mona…” Ya veremos dónde está la tribu cuando me toque lidiar con una Miley Cyrus desatá porque “es tan mona…” Por descontado, llama papá a todo lo que tenga barba, y a Brother House, a pesar de que no tiene barba.

. El colecho: en su momento ya expliqué nuestras vicisitudes nocturnas. Íbamos avanzando bastante bien, y ya llevábamos varios días donde la nena y yo dormíamos juntas, y era estupendo, porque me agarraba una oreja y se quedaba dormidita, y yo me quedaba disfrutando de ese diminuto garfio en mi oreja. Hasta que hace un par de días me encontraba tan a gusto que me dormí profundamente. La Nena se cayó de la cama y casi se abre la crisma. En cualquier caso, esto ha reforzado nuestro vínculo: pasamos las noches abrazadas estrechamente sin pegar ojo ninguna de las dos, aterradas ante la posibilidad de que vuelva a caerse. Podríamos trasladarnos a una cama que pegue con la pared, pero, como somos reinas, nos quedamos en la King Size (las otras son canijas) y disfrutamos de la adrenalina que supone el anticipar un despertar en el vacío. Como en Inception.

Y así, con estas chorradas, se nos pasa el verano, que aquí ha traído, un año más, lluvias, nubes y frío. Y el recuerdo de que hace un año, entre lluvia, nubes y frío, conocí a mi Nena. Miro dónde estaba, y miro dónde estoy. Y la lluvia este año me gusta mucho. Porque también se moja mi Nena.

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Jun 19

LA DOLCE VITA

Cuando expresé mi deseo de iniciar un proceso en adopción, hubo gente en mi entorno que se preocupó por motivos obvios: soy una madre sola y trabajo como voluntaria. Hace años que no ingresa un euro en mi cuenta corriente, y vivo en el extranjero, lejos de mi familia próxima y de mis amigos más antiguos. Mi jornada estándar de trabajo, en aquel momento, eran diez horas diarias, siete días a la semana, colmada de responsabilidades inaplazables.

He leído una entrada de Madre de Marte y creo que, seis meses después de la llegada de la Nena, puedo afirmar con rotundidad que, si ustedes me conocieran, me envidiarían. Mogollón. Todo lo que he hecho hasta el momento me ha conducido a la situación óptima para ser madre soltera.

Desde el minuto 1, mi entorno de trabajo ha asumido que, después de ocho años de entrega dedicada, mi prioridad ahora es la Nena. Sigo trabajando diez horas al día, pero en muchos momentos la Nena está conmigo. Es verdad que echar broncas mientras la Nena se mea de la risa y me mete los dedos en la nariz puede ser un desafío, pero es mejor que vivir con sentido de culpa y resentimiento hacia la Humanidad mientras mi Nena espera en casa a que yo llegue. Además, tengo los fines de semana libres. Y, si un día me agobio, tengo doscientas niñeras eventuales encantadas de llevarse a la Nena a dar una vuelta mientras yo me relajo. Y, sobre todo, mi trabajo me sigue encantando.

El hecho de vivir en Etiopía me permitió adoptar como madre soltera. En España no me habrían dado la idoneidad ni borrachos. No por mi desequilibrio mental –que disimulo bastante bien-, sino por mi paupérrima situación económica. En Etiopía accedí a la adopción nacional, y aquí sí cumplo los requisitos. Hay una asociación que certificó que tengo un presupuesto a disposición para mis gastos con un límite bastante más alto de lo que el sentido común y mi conciencia me marcan.

Comparto mi casa con otros voluntarios. A priori, se puede pensar que esto te quita intimidad y privacidad y demás. Como saben las madres solteras, los momentos de angustia son mucho, mucho más angustiosos si estás sola. Los que viven conmigo me apoyan y, sobre todo, quieren mucho a la Nena. Si quiero, puedo salir cualquier noche a darme un garbeo sin problemas. Si no salgo, es porque estoy cansada o no me apetece separarme de la Nena, no porque no tenga o no pueda pagar a alguien de confianza con quién dejarla. La semana pasada tuve dolor de espalda. El voluntario que vive conmigo se levantó antes y vino a sacarme a la Nena de la cuna. Cuando él se fue a trabajar, llegó la niñera. Estuve toda la mañana en la cama viendo 30 Rock. Entre episodio y episodio, me levantaba a ver a la Nena, que, por supuesto, ni siquiera se enteró de que yo no estaba bien.

Nuestra casa es enorme. A veces presenta overbooking, pero la Nena tiene siempre un salón enorme para jugar, e incluso un jardincillo con su columpio y su tobogán. Cuando llegó la Nena, a mi me parecía que teníamos ya de todo. Hasta que abrí la bolsa que me mandó mi madre y descubrí lo que nos faltaba: pijamas. No se me había ocurrido que podía necesitar pijamas. Pero llegó esa bolsa, y muchas otras de más gente después, y a día de hoy tenemos ropa que jamás me habría podido permitir, y juegos de segunda, tercera o primera mano, hechos por mí o regalados, con los que, de momento, no se aburre.

Es verdad, nuestro plan para emergencias gordas se reduce a una lista de personas que darían medio brazo por nosotras sin rechistar (plan para emergencias pequeñas no tenemos, porque la emergencia es un poco nuestro estado natural). Pero eso ya es mucho. Y mi baja por maternidad se redujo a un mes y medio, pero si un día no voy a trabajar porque la niñera no viene, ni me echan, ni se acaba el mundo. Hago lo que puedo con la Nena a cuestas y sanseacabó. Y, si decido trabajar en fin de semana, es porque quiero o porque me divierte, no porque nadie me obligue.

Como yo soy mucho de prepárame para lo peor, me puse en un proceso de adopción que, según mis previsiones, tenía muchas posibilidades de emparejarme de por vida con un niño/a cargado de traumas y con problemas de conducta. La Nena, por el momento, es la niña ideal. Muy, muy trasto, pero capaz de concentrarse cuando algo le gusta. Cuando ocasionalmente me disculpo por tener una niña capaz de destrozarte la plancha en treinta segundos, hay quién me pregunta si de verdad yo, que soy culo inquieto, esperaba que el destino me asignara una niña toda zen. Además de movida, es muy afectuosa, apegada a mí desde el primer minuto. Sigo con mi idea de prepararme para lo peor (adolescencia resentida) pero de momento he conseguido convencerme de que puede ser que sí, puede ser que realmente haya tenido tanta suerte. Y me dedico a disfrutar de este primer año como familia. La veo crecer, y me creo lo que me dice la Santa Infancia: que es una Nena preciosa y feliz. Me ha costado creérmelo (no puede ser, algo tiene que ir mal), pero lo consigo cada día.

Cuando en Navidad estuvimos en España, pasé por delante de un vendedor de lotería. Normalmente, siempre compro algún número si estoy en España en esas fechas. Nunca se sabe. Este año no compré. Me pareció que sería pedir demasiado. Y no puedo pedir más, porque lo tengo ya todo. Y, sinceramente, creo que lo que no tengo (casa en propiedad, marido, nómina, revistas de cotilleo periódicas, conexión decente a Interné…) es porque no lo necesito.

 

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Jun 03

LA SEÑORA PARLAMENTO

Los cuarenta días después de Pascua y hasta Pentecostés son el tiempo de las bodas en Etiopía. Se suelen celebrar en domingo y la gente, como es muy apañada, suele irse a currar el lunes vestido con lo mismo que llevaba el día anterior para la boda. Te encuentras a los seveñás vestidos de traje y corbata, que parecemos una embajada.

Cuando fui a hablar con la señora Zeib, directora de la Oficina de Asuntos del Niño y la Mujer de Addis Abeba, pensé que ella también había estado de boda el día anterior, visto que lucía una túnica de terciopelo negra que parecía una actriz de segunda fila vestida para hacerse el book que la lanzará a la fama (o eso cree ella).

Yo había echado mi solicitud de adopción en su oficina cuatro meses antes, donde, como ya expliqué en su momento, me habían informado de que cada mes se reunía un comité presidido por ella, con los expedientes de las familias y los expedientes de los niños amontonados en dos orfanatos públicos de Addis Abeba, y procedían a las asignaciones. Los meses habían pasado y, ante la ausencia de ningún tipo de noticias, me colé en su oficina, junto a G., una amiga mía, también extranjera residente en Addis, cuya familia estaba en aquel momento en la misma situación que yo.

Tras los saludos iniciales, procedimos a explicarle que nuestras solicitudes habían muerto en la mesa de sus asistentes.

_ Aquí no hacemos adopciones internacionales– nos cortó

_ Ya… nosotros no somos adopción internacional. Somos residentes en el país desde hace más de dos años. Por lo tanto para la legislación etíope, somos una adopción nacional- le explicamos.

_ No. Vosotros hacéis adopciones internacionales, porque sois extranjeros

_ Residentes en Etiopía, no podemos solicitar adopción internacional porque vivimos aquí – obviamente, yo no puedo adoptar desde España, porque no vivo en España y no puedo solicitar la idoneidad en España.

_ Ya, pero os vais a ir- sentenció

_ Llevamos aquí ocho años, y no pensamos irnos antes de otros dos– respondimos, sabiendo que ella tiene toda su familia ya en el extranjero y que seguramente se irá antes que nosotros.

_ Ya. Pero no conocéis realmente Etiopía. No sabéis el amárico

_ Sí sabemos el amárico – esto, obviamente, lo dijimos en amárico.

_ Pero lo habláis mal

_ Trabajo en amárico. Traduzco en amárico. Leo en amárico– le respondí, como si fuera una escolar aplicada

_ A mí lo de las madres solteras no me gusta- siguió, mirándome fijamente- el niño será siempre medio huérfano. Mi madre se volvió a casar con un señor que no era mi padre, y siempre me pregunté quién era mi padre– completó

_ Todos nos hacemos preguntas sobre nuestros orígenes. Es normal. –contesté, a punto de soltarle “aishósh”- y respeto su opinión sobre la maternidad soltera– mentira, no la respeto, pero bueno- pero la ley etíope y la ley española me dan el derecho de adoptar como madre soltera

_ Aquí las leyes las hago yo- me soltó

_ Uy,– contesté- yo pensaba que las hacía el Parlamento

_ Bueno… es que no es ley, son reglamentos internos, y los estoy cambiando

_ Realmente, la posibilidad está recogida en la Ley de Familia. Y, en cualquier caso, usted todavía no ha cambiado nada.

_ Yo quiero centrarme en las adopciones nacionales- reiteró. Y allí procedió a explicarnos que las familias etíopes querían más a los niños adoptados: que los adoptaban en la primera semana de vida y que los elegían con rasgos similares a los de los padres adoptivos, y que nunca les decían que eran adoptados. Ergo los querían más. El niño, según la señora Zeib, crecía sin problemas de identidad.

Según sabíamos, en aquellos cuatro meses, su oficina había recibido quince solicitudes de familias, ocho frenjis y siete abeshás. Le preguntamos si cabía la posibilidad de que dieran prioridad a las abeshás, y luego nos asignaran a los frenjis. Respondió categóricamente que no había tantos niños en situación de adopción en Addis Abeba. Sólo el Kebede Tzehay –uno de los orfanatos bajo jurisdicción de su oficina- tiene doscientos niños de entre uno y seis años. Aseguró que todos están allí temporalmente, en lo que sus familias arreglan cualesquiera que sean los problemas que han conducido al abandono. Mientras pensaba que esta señora y su túnica son, eventualmente, también jefas del sector donde yo trabajo, le pregunté si Servicios Sociales tenía algún programa de seguimiento de estas madres que habían dejado a sus hijos allí. Tienen muchos programas me dijo. Ninguno específico para ese target. En cualquier caso, me dijo, la vida en Addis ha mejorado mucho en los últimos años. La gente vive mucho mejor. Le dije que yo vivía en Kore. Es verdad, el basurero prospera saludablemente. La gente que se pasa el día buscando entre la mierda, también.

Dio por concluido el encuentro asegurándonos que jamás nos asignaría ningún niño porque éramos dos familias extranjeras. Que ella a los frenjis no nos daba niños. Ni siquiera uno del Gambella, aunque nadie lo quisiera porque no se iba a parecer a nadie. “Y voy a cerrar la adopción para las madres solteras”, concluyó, mirándome. Ella sola.

Aparentemente, está casada con alguien del Partido. En los orfanatos bajo su cargo entran y salen los niños sin ningún control. De noche y de día. Sus hijos estudian en Estados Unidos, pagados por agencias de adopción.

Hay a quien sus asistentes, que aparentemente no tienen ninguna comunicación con ella, le han asegurado que sí pueden asignar, a cambio de una donación. Sé que hay gente que adoptó poco antes que yo y que sí consiguió asignación normal en su oficina. Realmente, no sé en qué momento su filosofía delirante tomó el control de la oficina. Su jefa directa, que sería la directora de la Oficina de Asuntos del Niño, la Mujer y el Joven, nos dijo que era consciente de esta situación, pero que no podía hacer nada. Nos recomendó ir a pagar a alguna otra parte.

Aquel día me prometí que, si mi futuro hijo llevaba todavía pañal, me lo llevaría a saludarla, Y lo dejaría encima de los sofás de cuero nuevos relucientes que la señora tiene en su oficina. Sin pañal. Fresquito.

Sorteé a la señora Zeib yéndome a adoptar a otra región de Etiopía. Al final, algunas semanas después de que la Nena llegara, volví a retirar mis documentos de la mesa de su secretaria. Había cuatro fotos de carnet mías que a lo mejor me sirven para algo. Evité verla. Hui sin mirar atrás. El problema no es la señora, creo. El problema es que todos hacemos eso: cogemos a nuestros hijos y huimos sin mirar atrás.

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Abr 11

LA NENA Y LA YESHI

En este blog que va un poco a su aire, intentaré hoy dar continuidad y final a alguno de los temas expuestos. Closure, lo llaman en inglés. Concretamente, hoy daremos continuidad al tema babysitter. Escojo los temas más punteros, como ustedes pueden ver.

Después de Abebayew y de un par de días de dedicarme a mis labores, la Santa Infancia me presentó a Yeshi, una chica del Wello de unos 17 años. Como la desesperación amenazaba con convertirse en un miembro más de nuestra exigua familia, la acojí con gran alegría.

El primer día, bajé a la puerta de la calle, como hago cada mañana, para abrirla. Gran susto cuando me la encontré ya esperando. Faltaban quince minutos para el inicio de su horario laboral. Alguien que llega antes de su hora. Flipa.

Pensé que era debido a la novedad del trabajo y al deseo de propiciar una primera impresión positiva. Eso ya me impresionó, porque nadie suele llegar tan lejos en sus razonamientos laborales. Nuestro nuevo contable se presentó el primer día en chándal, y tiene una licenciatura.

Pero no. La Yeshi llega siempre puntual como un reloj. Todos. Los. Días. La mitad de las veces me pilla todavía en pijama. Por si esto fuera poco, limpia que es un gozo. Hasta quita el polvo de los muebles. Incluso los fogones de la cocina. Hasta las telarañas de la escalera. Nada escapa a su ojo crítico ni a su furia limpiadora.

Desde que llegó a nuestras vidas, la Nena ha aprendido un montón de cosas. Sabe decir one-two-three en inglés y, de vez en cuando, acompaña con sonidos los números hasta el diez (menos el ocho, que, no sé por qué, a la Yeshi se le suele olvidar). También le ha enseñado una canción en amárico muy mona, con un baile en el que la Nena mueve las manos en molinillo que te mueres de la risa. Si antes los cuatro libros que teníamos la Nena los usaba básicamente para babear encima, ahora pasa las páginas con precisión británica, imitando los ruidos de los animalitos (en amárico, eso sí). Cuando acaba con el libro, lo devuelve a su caja. Antes yo solía encontrarme juguetes hasta dentro del wáter. Ahora jamás.

En definitiva: estamos acojonados. Nunca habíamos tenido una trabajadora así de eficaz. Mantenernos a la altura nos cuesta un mundo. Yo me levanto antes para que no me pille con la casa manga por hombro. Aparte de que, a furia de ordenar, ya no conseguimos encontrar nada, ni yo ni mis compañeros de casa. Que se te ha perdido el USB del Internet, pues seguro que la Yeshi sabe dónde está. Que te falta el calcetín rosa de la Nena, pues no te preocupes que la Yeshi te lo encuentra. Es una máquina.

Sólo hay dos “peros”. El primero: el sentido estético. Cuando estuvimos en España, a la Nena le regalaron varios pares de zapatos, entre los que había unas manoletinas blancas, que yo pensé “mira, por si las bodas”. Son las favoritas de la Yeshi. Da igual lo que yo le ponga por las mañanas a la Nena. En cuanto llega la Yeshi, manoletinas al canto. Con chándal o con vaquero. Con pijama o con enterizo africano que nos trajeron de Senegal. La pregunta ya no es qué le pongo a la Nena, sino qué le pongo para que le combine con las manoletinas. Son un must. Como siga así, la Nena va derecha a las perlas con chándal de táctel, o al animal print (leopardos de toda la vida).

El segundo “pero” es más serio: no tengo ninguna gana de que vuelva nuestra señora G., que es la babysitter con plaza. Es que mola mucho no tener que limpiar los fogones. Es como si estuviera cambiando el viento, y vieras a Mary Poppins que va abriendo el paraguas. Ese paraguas limpio y reluciente que tienes ahora porque, eso también lo ha hecho, me ha limpiado el paraguas. Pero es que la señora G. es familia. Mary Poppins no era familia. Por eso se fue de casa de los Banks.

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Abr 08

LA NENA Y MI PRIMERA CAGADA

Al final, me convencieron. Les cuento: a mi Nena, en torno a Navidad, le crecían los rizos que era un gozo. Cuando volvimos a Addis, mi Santan Infancia (incluyendo las trabajadoras, que a veces se comportan como niños de preescolar), lejos de admirar mis logros, se limitó a señalar “los pelillos del final de la frente todavía le salen bastante finos. Tienes que raparla”. Y así, empezaron a dar el coñazo todos a una: que si luego le saldría un pelazo; que si total de cara es linda, qué más da si la rapas; que ella es etíope y a los etíopes se les rapa… Al final, accedí. “No te preocupes”, me tranquilizaron, “nos la llevamos a casa y tú ven en veinte minutos”.

Tengo que decir que la Nena no sufrió. Mientras una cocinera la rapaba, una niña le sujetaba la cabecita y otra le hacía carantoñas y chorradas. Cuando llegué, al cabo de veinte minutos, los rizos de la Nena estaban esparcidos por el suelo de nuestro salón. Tengo que reconocer que la habían pelado con gran habilidad, y sin hacerle ni un rasguño.

Estaba horrenda. Parecía E.T. Un marciano raro que me sonreía mientras jugaba con sus propios rizos cortados, como los cocodrilos de la granja de Arba Minch, que se comen las pezuñas y las cabezas de sus congéneres muertos. Y allí lo ví con claridad meridiana: primera cagada. Pobre nena. Parecía uno de esos niños madrileños que huían hacia Madrid al comienzo de la guerra civil, y que retrata Antonio Muñoz Molina en el libro que me estoy leyendo estos días. Daba una penica… (los niños de la guerra de Madrid y mi Nena).

Para consolarme, la Santa Infancia me ha enseñado a ponerle pañuelos en la cabeza. Para consolarme, y para que les perdone. Porque saben que se han aprovechado de mi debilidad de carácter para experimentar con mi Nena. Desde que llegó, se lo pasan bomba con ella. Han decidido por su cuenta y riesgo que la Nena tiene que seguir el modelo de crianza etíope, y en cuanto se la dejo más de diez minutos, me la devuelven oliendo a berberé, o a punto de la asfixia con granos de kolo, o tarareando Sora Sora, que es una canción tradicional que machaca los nervios que es un dolor. Al nuevo corte de pelo le ven como principal ventaja que ahora la Nena sí parece uno de ellos. Uno de los pobres, se entiende.

Será un milagro si la Nena sobrevive a su grupo étnico y social.

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